Oda a la intensidad
Una invitación a dejarnos afectar profundamente por la vida.
Quien ha aprendido a escuchar a los árboles, ya no desea ser un árbol.
No desea ser más que lo que es. Esto es el hogar. Esto es la felicidad.
— Hermann Hesse
Hay algo acerca de un hogar de infancia significativo que sencillamente permanece con nosotres. Por mucho que nos alejemos de ese hogar, la casa, la tierra y los seres que componen el lugar permanecen en nuestra psique y nuestro cuerpo, constituyendo una referencia importante en nuestro paisaje interno. Sin embargo, como cualquier otra relación, esta conexión con un lugar no es estática, evoluciona con el tiempo y las circunstancias, cambia a medida que nosotres cambiamos; y el lugar se convierte en un punto de encuentro entre el pasado y el presente.
En su película, Hõbe recorre un largo y familiar camino de vuelta a su casa de infancia. A su llegada, pasado y presente se mezclan, y es difícil saber si es ella quien recuerda o el paisaje. O tal vez sea precisamente del espacio entre ella y el paisaje de donde surgen los recuerdos. Como si el encuentro entre el río, la casa, los árboles y ella misma abriera portales a un pasado compartido. De este modo, la película nos invita a considerar el territorio en el que nuestras biografías y geografías se encuentran, del cual emerge nuestro sentido de hogar; y a considerar también, ¿qué ocurre si perdemos estos territorios? Una pregunta crucial en un mundo que cambia rápidamente.
No hay una pretensión de grandes narrativas en esta película, la historia nació del simple deseo de la cineasta de hacer las paces con su sensación de pérdida del hogar de su propia infancia. Y, sin embargo, a medida que la seguimos hacia el lugar y el pasado, resulta inevitable pensar en nuestros propios paisajes de la memoria y preguntarnos si es posible que, de alguna manera, todos nos pasemos la vida deseando volver a casa —ese lugar donde sabíamos escuchar a los árboles.