Mirando atrás, hacia el tranquilo arroyo en el pantano detrás de su casa de infancia, Hanna Laura explora fuentes interiores de renovación entre la intersección del paisaje, la psique y el tiempo.
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Ala sombra de los árboles, un riachuelo hace su recorrido sinuoso a través de un humedal. Una niña se agacha sobre su orilla cubierta de musgo, sus pies sutilmente hundidos en la turba, las manos descansan entre su corazón palpitante y sus muslos. El sonido del aliento suave se une al burbujeo del agua.
Como si hubiera caminado directamente a los regazos de lo desconocido. Solo el ojo sin parpadear del pantanero la mantiene en la mira. Treinta pasos detrás de ella, el camino de piedra que bordea el pantano se siente ahora a kilómetros de distancia. Allá afuera, el sol de la madrugada calienta las negras cercas de madera, que definen impecablemente una casa de la siguiente. Sin embargo, aquí la luz del día apenas alcanza la decadencia orgánica y mojada sobre la que ella se agacha.
Bañada por el olor de tierra húmeda, corteza en descomposición, y abrigada por la copa de los árboles, mantiene el tierno miedo a raya. Su cuerpo joven es una plegaria para el riachuelo. El arroyo anhela el océano y al buscar alivia lo que está estancado. Con el pulso acelerado, se levanta y retrocede, contenta de llegar al soleado camino de piedra en la dulzura de finales de junio.
¿De dónde viene el pantano? ¿Hacia dónde va? Al caer la noche, un sueño atrae a la niña a su abrazo y convierte el paisaje en un albergue para una imaginación vegetal de nueve mil años. A medida que amanece, la mente de la niña surge de la sombra de un misterio sin límites, como tierra emergiendo en una recuperación post-glacial.
Veintidós años después, mientras se apresura a través de una multitud en una calle polvorienta contigua a la estación de Tottenham Court Road, se tropieza con un portal invisible hacia el pantano. Las sombras de los árboles se proyectan sobre y dentro de ella. Se detiene, ocasionalmente codeada por los cuerpos cálidos de los transeúntes. Éstos últimos no parecen darse cuenta de estar caminando sobre un terreno oscuro y sedimentario donde el asfalto había estado hace solo un momento.
Toma unos cuantos pasos apresurados, pero donde sea que salte, la turba parece inestable. Falta de aliento, un tenue estado mental, los pensamientos se debilitan— el pantano se despliega en su interior. Sin trecho a la vista, sin camino de piedra, se rinde gradualmente ante la sensación de zozobra. ¿De dónde vino ella? ¿Hacia dónde va?
A medida que calla, la canción de un arroyo burbujeante alcanza sus oídos como salvación. En medio de una ciudad salvajemente densa, se agacha a la orilla del tranquilo riachuelo una vez más. Las manos descansan entre su corazón palpitante y sus muslos. Es bañada por el olor de tierra húmeda, corteza en descomposición, y abrigada por la copa de los árboles. Su cuerpo es una plegaria para el riachuelo. El arroyo anhela el océano y al buscar alivia lo que está estancado. Poco después, una mujer surge de la sombra de un misterio sin límites, como tierra emergiendo en una recuperación post-glacial.
“El agua es un buscador de caminos en este mundo. Conforme la vida comienza a secarse y marchitarse, nos inunda el duelo y una urgencia por crear una fuente de renovación interior.”
Malidoma P. Somé
CRÉDITOS
Texto Hanna Laura Kaljo
Ilustración Anna Ruiz Grabado en negro y plata en papel japonés Awagami. Dimensión 23cm x 18cm.