Cortesía de la artista. Malena Szlam, ALTIPLANO, 2018, 35mm, color, sonido, 15 minutos 30 segundos.
Sin embargo, el lenguaje se queda corto para enunciar algunos olvidos. En el filme Altiplano (2018, 16 min), de Malena Szlam, lo normalmente inaudible habla de lo padecido por el paisaje, sus primeros habitantes y sus constantes transformaciones. Esta recitación telúrica la componen “infrasonidos de la naturaleza, frecuencias que están por debajo del espectro audible del oído humano: voces internas de la tierra, aguas subterráneas, volcanes y vocalizaciones de ballenas”, explica la cineasta.
En Altiplano vemos, como entre parpadeos, tierras trazadas (imaginadas, vistas, sentidas) por pueblos ancestrales. Sabemos lo que ha pasado con ellos. Conocemos ese silencio que no es tal, que reverbera en lo alto y lo bajo de América. Día y noche, suelo y cielo se confunden en la exploración de un ecosistema que revienta por la presión de la minería.
Filmada como un proceso sensorial, una reacción a los ritmos de la imagen, la película extiende el paisaje interno hacia el exterior hasta disolverlo en la infinidad geológica. Quedamos ante un plano atemporal y, sin embargo, repleto de inscripciones históricas, algunas visibles, otras ocultas. Un paisaje que habla.
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Mariam Sahakyan tenía 101 años cuando aceptó colaborar con Markosian. Solo le pidió una cosa: que le trajera tierra de su aldea natal para ser enterrada con ella. La fotógrafa le trajo su tierra de vuelta, una tierra desperdigada por la Historia.