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The Edge

por Álvaro Laiz
Siguiendo las huellas de las primeras poblaciones del continente americano, Álvaro nos sumerge en un viaje profundo, recordándonos que somos parte de procesos migratorios ancestrales que nos confrontan una y otra vez con lo desconocido.
Para disfrutar la experiencia completa de esta historia recomendamos el uso de audífonos y computadora.

Mi viaje comienza allí, en el horizonte entre lo conocido y lo desconocido; el límite en el que el hielo, la tierra y el océano se confunden. Los habitantes del Estrecho de Bering tienen un nombre para ese lugar siempre cambiante: Kromka. El Filo. The Edge

 

— Álvaro Laiz.

I

Durante la última Edad del Hielo, un grupo de humanos se trasladó desde Asia a América cruzando el Estrecho de Bering. Se cree que estas personas fueron las primeras en asentarse en este continente, convirtiéndose así en los antepasados de los pueblos que habitaron posteriormente este territorio. 

Hallazgos arqueológicos y estudios genéticos durante las últimas décadas han ido expandiendo la fecha estimada de esa primera llegada a América. El esqueleto de Naia: 12,000 años, el niño de Anzick: 12,600 años, las puntas de lanza de Clovis: 13,000 años, coprolitos humanos en Oregón: 15,000 años, los hallazgos en Monte Verde, Chile: 18,000 años, las huellas en el Parque Nacional White Sands en Nuevo México: entre 21,000 y 23,000 años. Las preguntas sobre el momento de entrada, así como sobre la velocidad y la dirección de la dispersión de las primeras personas en poblar América están lejos de estar resueltas. 

A pesar del misterio que envuelve aún esta migración, lo que sí podemos saber es que se trató de un viaje de proporciones épicas. Los seres humanos que llegaron por primera vez a América dieron cada uno de sus pasos hacia territorios desconocidos, renunciando a la familiaridad de su entorno para explorar nuevas posibilidades. El recorrido de estas poblaciones paleo-siberianas que colonizaron el último de los continentes miles de años atrás esconde la historia de nuestro pasado, pero también tiene algo que decirnos sobre nuestro presente y nuestro futuro. En la espiral del tiempo profundo, estamos todes envueltes en procesos migratorios de gran escala que nos confrontan una y otra vez con territorios desconocidos.   

(Deslizá a los lados para explorar la galería)

De la misma forma que nuestra huella queda marcada tras nuestro paso, somos producto de los caminos que tomamos. 

 

— Álvaro Laiz.

II

Se cree que no había ningún humano al otro lado de aquella última frontera cuando un grupo de cazadores cruzó el Estrecho de Bering. Con su andar, estas poblaciones comenzaron a inscribir su huella en el nuevo territorio. Cada marca, artefacto y cuerpo dejado atrás se convirtió en una pista de esta migración esperando a ser descubierta y descifrada. Menos evidente quizás, es el hecho de que también el territorio empezó a dejar sus marcas en los cuerpos de quienes lo transitaban. La tierra contando su propia historia.    

La experiencia vital de estas personas, su forma de pensar y de sentir fue fruto de un contacto profundo y físico con los paisajes que sostenían su camino: los páramos, las praderas, las selvas densas. Esa intimidad se hizo identidad y cultura por medio de rituales—una de las formas de codificación y transmisión más antiguas de nuestra historia humana. Esta capacidad de codificar, conservar y transmitir información otorgó al ser humano la capacidad de trascender en el tiempo, de narrarse a sí mismo en el pasado y proyectar su identidad en el futuro. Las danzas retributivas, por ejemplo, consisten en secuencias de movimientos destinadas a restaurar el equilibrio con la naturaleza. Un código que permite transmitir un mensaje de generación en generación de una forma aparentemente simple pero en realidad muy sofisticada, a través del gesto. 

La interacción con los paisajes también se hizo identidad a través de otro tipo de memoria colectiva que se inscribe en los cuerpos: la memoria genética. El ADN consiste en una secuencia de nucleótidos destinada a transmitir la información biológica que las células usan para desarrollarse y funcionar. Un código que permite transmitir un mensaje de generación en generación, inscribiendo pacientemente no solo nuestras historias individuales sino también la historia de toda la especie humana.

En el año 2005, National Geographic Society lanzó el Proyecto Genográfico, una investigación genética que buscaba revelar los patrones de las migraciones humanas. El proyecto reunió muestras de ADN centrándose especialmente en las poblaciones indígenas, ya que las comunidades que han permanecido en una misma región ofrecen mejores posibilidades de identificar diferencias genéticas que se hayan originado a lo largo de milenios pasados. El proyecto ofreció datos fascinantes, a veces permitiendo mapear con más claridad las rutas migratorias, otras veces abriendo nuevas preguntas que complican la historia, y en varios casos 'corroborando' (bajo la lógica occidental) lo que muchos pueblos nativos americanos ya sabían a través de su tradición oral: que son descendientes directes de esos primeros pueblos que llegaron al continente, que su historia y la del territorio están intrínsecamente conectadas.  

Quizás no había ningún humano al otro lado que atestiguara cuando el grupo de cazadores cruzó el Estrecho de Bering, pero quedan las huellas, los datos, los rituales, los ecos a lo largo del tiempo. Y sobre todo, quedan sus descendientes. En el territorio y en los cuerpos—y en la cultura que emerge del encuentro entre ellos—se escribe la memoria y el mapa de nuestro viaje, dejando códigos y relatos para quiénes en el futuro se hagan la pregunta que ha inquietado siempre a la humanidad: ¿De dónde venimos?

III

En 1974 un mensaje dejó la Tierra en dirección al cúmulo de estrellas llamado M13, situado en la constelación de Hércules. Al Mensaje de Arecibo—nombrado así tras el radiotelescopio desde el que fue enviado—le tomaría 25,000 años llegar a su destino. De alcanzar allí a alguien capaz de descifrarlo y responder, esa respuesta tomaría otros 25,000 años en volver a la Tierra. Donald Campbell, quien era uno de los investigadores asociados al Observatorio de Arecibo en aquel entonces, declaró al respecto que se trataba de un evento estrictamente simbólico "para demostrar que podíamos hacerlo". Pero en el 2022, un grupo de astrofísicos propuso actualizar el mensaje. Esta vez, Jonathan Jiang, uno de los autores del proyecto afirmó que ''queremos enviar un mensaje en una botella al océano cósmico, para decir: 'Hey, aquí estamos'...Incluso si no estamos aquí en algunos años.''

El mensaje enviado en el 74 incluía representaciones de las sustancias químicas fundamentales de la vida, la fórmula del ADN, un diagrama de nuestro sistema solar, e imágenes de un ser humano y del telescopio de Arecibo. La actualización propuesta, llamada Faro en la Galaxia, transmitiría más información sobre matemáticas y ciencia; un mapa de la Tierra; figuras humanas masculinas y femeninas más detalladas; la estructura y composición de la Tierra; y una invitación a responder. 

El entendimiento científico del ADN comenzó apenas hace unos 150 años, cuando el químico suizo Friedrich Miescher identificó por primera vez lo que él denominó "nucleína" y que hoy conocemos como ADN. Pasaron más de 50 años para que los científicos Watson y Crick formularan la descripción precisa de la compleja estructura de esta molécula y no fue sino hasta hace 25 años que un equipo internacional de investigación logró el hito científico de descifrar por primera vez el código genético de un cromosoma humano completo.

Nuestro ADN, como el Mensaje de Arecibo, contiene información sobre los fundamentos de la vida y su evolución, mapas de los caminos recorridos, pistas sobre la composición del entorno en un momento determinado. Funcionan de una forma muy similar: transportando un mensaje a través del tiempo, desde nuestro pasado más remoto. Aunque cada vez comprendemos mejor este código, al igual que el potencial alienígena que reciba el Mensaje de Arecibo, hay preguntas a las que quizás no encontremos nunca respuestas: ¿quién o qué envió este mensaje al océano cósmico? ¿para quién? ¿con qué propósito? 

Estamos destinades al misterio. Cuando se trata de nuestros genes somos destinatario y remitente: un mensaje que se escribe conforme existe y que existe conforme se escribe. 

Somos un mensaje en movimiento. 

Cuando ves el tiempo como una flecha, ves cosas que atravesar, cuando ves el tiempo como una espiral, ves caminos que recorrer.

 

— Álvaro Laiz.

(Deslizá a los lados para explorar la galería)
IV

Hasta hace relativamente poco, se aceptaba que la cultura Clovis constituía el hallazgo del primer poblamiento americano, pues no había evidencia contundente de que existieran asentamientos humanos previos. La teoría más sólida es que durante la última glaciación, estos humanos cazadores, empujados por los glaciares y siguiendo a mamuts y otras presas, habrían cruzado por la amplia masa de hielo que unía Asia y Norteamérica. Desplazándose luego hacia el sur por un corredor entre dos enormes capas de hielo en lo que hoy es Canadá.

Sin embargo, en 1997, se encontraron nuevas evidencias de ocupaciones humanas en Chile en un sitio llamado Monte Verde. Estos hallazgos probaron ser, al menos, mil años previos a la aparición de los Clovis en Norteamérica. Esto además complicaba la trama porque sugería que esos humanos habrían viajado hasta el sur del continente antes de que las capas de hielo de Canadá retrocedieran lo suficiente como para permitir el paso por tierra.

El mismo año que los hallazgos en Chile sacudieron por completo la historia de las primeras poblaciones de América, la NASA aterrizó el Mars Pathfinder en Ares Vallis en Marte, poniendo en los televisores de todo el mundo las primeras imágenes desde la superficie del planeta rojo. Gracias a los hallazgos de esa y las posteriores misiones a Marte, la astrobiología ha podido concluir que este planeta tuvo alguna vez condiciones amigables para la vida. La teoría es que Marte fue mucho más cálido y húmedo durante sus primeros días, sin embargo, sigue siendo un enigma cómo este planeta podría haber sido lo suficientemente cálido, y tener una atmósfera que fuera tan densa como para mantener el agua en estado líquido durante millones de años.

La crisis climática actual ha puesto a algunos a fantasear con un escape a Marte. En ese escenario, empujados ya no por los glaciares sino por la desaparición de los mismos, un grupo de humanos (de capacidad adquisitiva altamente cuestionable) cruzaría el no tan estrecho espacio entre la Tierra y Marte para asentarse en un planeta que se especula tuvo alguna vez condiciones para la vida, pero ya no. Mientras tanto, en el planeta que sí es capaz de albergar y nutrir la vida, y específicamente en el continente que aquí nos concierne, en el Atlas de Justicia Ambiental se han reportado no menos de 1352 casos de conflictos ambientales. Huellas humanas de escalas desproporcionadas.

Somos una especie curiosa que parece destinada a caminar incansablemente hacia horizontes nuevos. En nuestra condición migrante, los seres humanos hemos estado siempre envueltes en procesos de movimientos de gran escala. Tenemos una innegable necesidad de explorar más allá. Y la decisión de movernos es, en muchas ocasiones, una cuestión de vida o muerte. Sin la frontera de lo desconocido, estaríamos acabades. Pero, ¿qué pasa cuando ya no hay adónde ir? ¿hacia dónde volcar nuestra naturaleza curiosa? ¿cómo y hacia dónde movernos? ¿a quién tendríamos que dejar atrás?

La crisis ecológica nos tiene de nuevo en el filo. El mundo nos está pidiendo que salgamos de la comodidad de lo conocido, que renunciemos a las certezas de la lógica que nos trajo hasta aquí. Tendremos que movernos en espiral. Esta vez la siguiente frontera es interna.

Siéntate, quédate quieto y escucha,
porque estás borracho,
Y estamos al filo del tejado.

— Rumi

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V

Uno de los rituales más significativos de los Chukchi, habitantes del Estrecho de Bering, se realiza al elegir el nombre de una persona recién nacida. En su sistema de creencias, una persona puede ser la reencarnación de múltiples ancestres a la vez, e igualmente, un mismo antepasado puede reencarnarse en varias personas. Es una identidad concebida como una serie de capas superpuestas e intercomunicadas en el tiempo.

Los estudios de genética poblacional han revelado que la mayor parte de las tribus nativas de América comparten un ancestro común con el pueblo Chukchi, un humano que vivió hace aproximadamente 18,000 años entre los cazadores paleo-siberianos. El ritual Chukchi y la genética poblacional parecieran apuntar a una misma verdad: habitan multitudes en nosotres. 

La historia de la humanidad puede interpretarse desde la perspectiva de una continua migración. Una y otra vez, recorremos el camino de nuestros antepasados. Y también, el de nuestres descendientes. En la espiral del tiempo profundo, estamos todes envueltes en procesos migratorios de gran escala, que nos confrontan una y otra vez con territorios desconocidos. 

Nuestro viaje comienza siempre allí, en el horizonte entre lo conocido y lo desconocido. Les habitantes del Estrecho de Bering tienen un nombre para ese lugar siempre cambiante: Kromka. El Filo. The Edge.

CRÉDITOS

Fotografías y Videos
Álvaro Laiz

Texto
Alessandra Baltodano
Las ideas de este texto están, en gran medida, inspiradas o basadas en la investigación de Álvaro Laíz, en el catálogo del proyecto The Edge y en la entrevista que realizamos al autor. Algunas frases son extractos directos de estas fuentes.


2017-2022.
Rusia, USA, México, Perú, Bolivia, Nicaragua, Chile


Publicado en Junio de 2023
Volumen 7, Número 1

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