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Moverse como las plantas

Una producción de Wimblu
Atendiendo a sus jardines en momentos de pausa, Carolina y Alessandra se permiten asombrarse con los movimientos de las plantas y encuentran en ellos sabiduría e inspiración para abrazar la incertidumbre de nuestros tiempos.
Nictinastia
por Carolina Bello May

Era de noche y tenía varias semanas de no salir de casa. La pandemia apenas iniciaba. Tras una larga jornada de trabajo de escritorio, quise descansar, moverme un poco y tomar aire fresco. Tomé mi foco y me asomé al jardín. Cual animal nocturno, comencé a recorrer cada una de las plantas que hemos sembrado en los últimos años, y otros árboles y arbustos que han crecido sin necesidad de pedir permiso: el guarumo, el lorito, las rosas, el bambú, el limón, la veranera, el farolito japonés. Encendí mi foco e iluminé a cada una como si fueran solistas en un teatro para observarlas individualmente. Las noté diferentes. Estaban en el mismo lugar, pero ellas no eran las mismas de hace unas horas. Algunas lucían más erguidas, otras se habían contraído, algunas flores se habían abierto y algunas hojas se habían cerrado.

Las plantas de mi jardín se movían de noche.

Moverse como las plantas

Bajo nuestro acelerado estilo de vida es hasta cierto punto comprensible que percibamos a las plantas como seres inmóviles, estáticos, enraizados en el espacio y el tiempo. Sin embargo, gracias al conocimiento ancestral y científico se sabe que las plantas se mueven en relación a su entorno. Aunque parezca lo contrario, son seres altamente sensibles. Algunos estudios incluso plantean que son mucho más sensibles que nosotres les animales. Ellas son capaces de percibir y reaccionar a estímulos como el clima, la luz, la gravedad, los ciclos lunares, solares, el tiempo y entre otras cosas, el comportamiento de otros seres a su alrededor. Las plantas responden a las relaciones. Su sensibilidad no solo las hace seres dinámicos, en movimiento constante, con una inteligencia que aún no comprendemos del todo, sino que también las ha hecho adaptarse a un planeta que está en constante transformación, durante unos 500 millones de años.

Aquella noche pandémica en el jardín encontré cierto consuelo en estas observaciones. Mi movilidad estaba restringida por las condiciones mundiales, pero las plantas me habían mostrado que había muchas formas en las que podía seguir explorando el mundo. Aproveché que había escasas opciones de vida nocturna social humana, y desde un profundo sentimiento de curiosidad, decidí comenzar a observarlas por la noche.

Algo similar le ocurrió a Darwin en 1863 cuando una enfermedad lo confinó a su habitación por semanas. Él también encontró consuelo a sus innatas ganas de investigar, cuando volvió su atención a sus compañeras de confinamiento: las plantas. Pasó horas observándolas, viéndolas crecer, notando como ideaban estrategias para encontrar la luz. Quizá en medio de su ritmo de vida “normal”, Darwin no habría tenido el tiempo y las ganas de investigar sobre el movimiento de las plantas, pero a causa de un factor externo (su enfermedad), se vio obligado a adaptarse al ritmo de ellas. Igual que yo en el jardín. Igual que todes en aquel momento de nuestra historia.

De vuelta a mi jardín y tras varias noches de dedicada observación y presencia, mi visión ya estaba más afinada y acostumbrada a la oscuridad. Comencé a notar que algunas hojas como las de los árboles lorito (Cojoba arborea) se cerraban por la noche, parecía como si algún animal les hubiese chupado cada uno de los pequeños foliolos de color verde brillante que formaban sus hojas. Más tarde descubrí que esta especie pertenece a la misma familia de las dormilonas (Mimosa púdica) y todo tuvo sentido. El guarumo (Cecropia obstusifolia) también mostraba sus enormes hojas ligeramente posicionadas hacia abajo, como si la luz de la luna llena pesara sobre ellas. Las hojas son las encargadas de recibir la luz, algunas plantas cierran sus hojas por la noche para descansar y abrirlas con fuerza por la mañana.

La capacidad de las plantas de adoptar distintas posiciones en respuesta al día y la noche se conoce como Nictinastia, uno de los tipos de nastias–movimientos temporales que se dan en las plantas y que son producidos por estímulos externos. Además también responden a ritmos biológicos, entre ellos los circadianos, que rigen su comportamiento a lo largo del día. Incluso leí que existe también una especie de sincronía entre el movimiento de las plantas y los ritmos de la luna–al igual que sucede con los océanos y las mareas, se cree que los ciclos lunares regulan los movimientos del agua que transita por las hojas.

Sin embargo, más allá de estos movimientos de las hojas que quizá eran los más evidentes, desde mi imaginación y mi sensibilidad animal, de pronto descubrí que el jardín se encontraba en una hermosa coreografía de procesos nocturnos: la flor del farolito japonés y las hojas del bambú se mecían con mucha gracia de un lado al otro al compás del viento; de algunos troncos como el del gallito, brotaban líquidos brillantes; las flores del Itabo lucían más juntas como si se abrazaran entre ellas.

Moverse como las plantas
Moverse como las plantas

Pero lo más sorprendente en estas noches de coreografías, fue el florecimiento de un viejo y rígido cactus al que repentinamente le habían brotado decenas de hermosas flores blancas que se abrieron durante solo un par de noches. Recuerdo sentir una emoción indescriptible al notar esta gran transformación. Aquel cactus que solía estar durante el día muy discreto, de repente se había convertido en el protagonista del jardín. Me pregunté con pesadumbre cómo es que después de tantos años conviviendo con él nunca había notado este espectacular evento nocturno. 

En una noche sin luna se dice que los niveles de luz son 100 millones de veces inferiores a los de un día soleado, por eso algunas flores de floración nocturna, como las del cactus, han desarrollado características especiales para ser reconocibles por sus polinizadores nocturnos, como los murciélagos, las polillas y otros insectos. Por ejemplo, emiten olores muy fuertes para atraer a sus polinizadores por medio del olfato, también son más grandes que las que florecen de día, y casi siempre son de colores muy claros para ser más detectables por la visión especializada de sus polinizadores. En ese momento sentí unas tremendas ganas de convertirme en polinizadora para poder observar las flores del cactus en todo su esplendor.

Moverse como las plantas
Moverse como las plantas

Consciente de mis limitadas capacidades animales para percibir los movimientos de las plantas, tomé mi cámara para intentar interpretar de alguna forma aquellas coreografías nocturnas. Aquello no era una cuestión sencilla ¿Cómo representar estos movimientos invisibles? Darwin se hacía una pregunta similar. Después de largas semanas observando la astucia de una planta trepadora de pepino que se movía lentamente buscando el sol se preguntó ¿cómo podría comprender y revelar los movimientos de esta planta con precisión? Entonces desarrolló una forma de registrar los movimientos colocando la planta entre una hoja de papel y una placa de vidrio donde iba marcando un punto de referencia conforme iba creciendo la planta. Después de muchas horas de registro, logró rastrear el movimiento de la planta a lo largo del tiempo. Con un poco de creatividad, Darwin hizo visible lo invisible, logró representar y registrar el crecimiento de cientos de plantas.

Moverse como las plantasMoverse como las plantas

Yo no estaba tan interesada en registrar cómo se veían exactamente los movimientos de las plantas de mi jardín, pero de alguna forma me parecía importante tratar de retratar lo que mis sentidos animales estaban notando en cada una de estas vecinas. A modo de recuerdo, a modo de tesoro, a modo de observación. Quería plasmar lo que un poco de atención sobre lo desatendido podía revelar y provocar en mi imaginación, y para ello necesitaba recordarme lo que soy, un animal con una limitada visión nocturna, pero con tecnología para resolverlo.

Moverse como las plantas

Durante esas largas noches pandémicas las plantas de mi jardín no solo fueron consuelo y compañía, sino que también me hicieron recordar mi animalidad. Me enseñaron que entenderse como seres en constante transformación, capaces de adaptarse a nuevas condiciones, es el secreto que probablemente les hará continuar su vida en la Tierra por millones de años más. Quizá si fuéramos un poco como las plantas—seres sensibles en constante relación y transformación con lo que les rodea—podríamos disfrutar más de nuestra experiencia de ser vida en un planeta que se transforma todo el tiempo. Quizá sentiríamos menos frustración cuando las cosas no son como queremos. Quizá el dolor ante los cambios sería más llevadero.

Así como aquellos estudios de Darwin se convirtieron en la base de nuestro entendimiento actual del comportamiento de las plantas, mis observaciones nocturnas, se convirtieron en la base de mi nueva relación con el jardín. Ahora observo a las plantas y a mi jardín desde otras sensibilidades, convivimos bajo otros ritmos, unos más profundos y de mayor cuidado. Sin darnos cuenta, el mundo nos invita constantemente a movernos más lento, a regalarnos una pausa para poder notar y apreciar que la vida siempre está en constante transformación. 

Moverse como las plantas

Sos jardín


Sos.
Todo el tiempo
cada   instante
     arriba
             abajo
   
adentro
                 
afuera
através.

 

Sos 
comunión de universos
                                 
espiritus danzando
                 
creciendo
         
con-viviendo.
Respiro 
             
que anima
tejido 
             
que vibra.

 

Sos
         Mariposa,
                 
Flor, Árbol
                         
Suelo, Ave.

 

Sos 
                  los dibujos del Sol,
         
una danza de sombras sobre mi cuaderno.
La Araña y la Piedra,
     
mirándose
             
compartiendo.

 

Sos
el murmullo de las noches
el concierto de las mañanas
             la Hoja que se mueve sin Viento
                                         la Semilla que punza,
         
las Hormigas
                 
sus caminos y sus huecos.

 

Sos
         el aroma de la Amapola
                 
escupiendo dulzura.
La Raíz que se asoma
el Retoño que suspira.

 

Sos     
el Colibrí que te atraviesa
                     
también la Mosca,
                             
también el Zancudo.

 

Sos 
el craaaccc del Bambú,
                 
el juuuuuuu del Viento
el friiiiiinnnn del Pecho Amarillo al caer la fruta.

 

Sos 
                         revoloteo, 
             
baile,
marcha, 
                         
vuelo.

 

Sos
el Árbol derretido en el tiempo
                                     
sumergido en un hueco.
También el olor de la Lluvia abrazando el Suelo.

 

Sos 
las cosquillas en mis pies
la tierra que se queda en mis uñas
mis ojos buscando tu ritmo
         
a veces fugaz, 
                     
a veces eterno.

 

Algunes dirán que no sos. 
Que sos solo terreno
             
prisionero de mis líneas,
                     
propiedad que no cobija.

 

Yo digo que sos una galaxia verde 
que emerge cuando dejamos ser la vida
                     
que tus límites infinitos son
                     
y tu herencia
la mia.

 

Sos complejidad generosa
Sos regalo en movimiento
Sos muchos seres transformándose 
                                   
en cada momento.

 

Sos. 
         y serás
el espíritu constante que nos acompaña
         
el sutil abrazo que recibo cada día.

 

¡Quién sería yo
         si vos no Sos!

Moverse como las plantas
Incubatio
por Alessandra Baltodano Estrada

Hace unos meses recogí unas semillas de Guanacaste (Enterolobium cyclocarpum). Me gusta su forma de oreja y su sonido de maraca. Así que cuando el árbol del lote de enfrente dejó caer sus semillas en nuestro jardín, rejunté algunas y las puse en el centro de la mesa. Ahí estuvieron hasta que un día a mi sobrino le pareció fascinante romperlas en dos. Las llevé entonces a una esquina en mi jardín y durante días observé como la cobertura de la semilla terminaba de resquebrajarse y descomponerse, hasta descubrir las pequeñas semillas en forma de ojitos. Seguí observándolas con curiosidad por semanas. Un día la cobertura ya no estaba, otro día las semillitas empezaban a ponerse verdes, otro día, ¡una de ellas había germinado! Una tarde que salí a fotografiar la plántula me encontré con que sus hojas se habían cerrado. Cuando regresé la mañana siguiente estaban abiertas. Luego por la tarde, de nuevo cerradas. Me permití asombrarme ante este ritual vegetal como si fuera la primera vez que alguien lo descubría.

El otro día con la mata de aloe lo mismo. Su flor había amanecido apuntando al oeste. En cuestión de tres horas la encontré apuntando completamente en la dirección opuesta, sin haberme percatado en qué momento se había movido. La experiencia se me asemeja a la de un truco de magia, en el que racionalmente sé que existe una explicación lógica para lo que acabo de ver, pero en apariencia se me presenta maravilloso e inexplicable. Sé, racionalmente, que las plantas se mueven y hacen cosas. He leído sobre las formas en las que saben dónde es arriba y dónde es abajo, sobre las maneras en que transmiten "mensajes" a través de su estructura interna, sobre el floema y el xilema que conducen agua, minerales y nutrientes a los distintos órganos de la planta. He visto los stop motions que, condensando y acelerando el tiempo, me muestran las coreografías de las plantas. Pero lo cierto es que abandonada a mis sentidos, todo esto resulta imperceptible. Si dependo tan solo de mi percepción, el movimiento de las plantas lo puedo tan solo inferir a partir de los cambios evidentes en su posición. Lo que pasa entre un punto A y punto B se me escapa y fácilmente puedo caer en la trampa de pensar que en ese intermedio no pasa nada digno de apreciar. Sin embargo, es justo en ese lapso imperceptible en el que la planta hace lo necesario para generar un cambio.

Moverse como las plantas
Moverse como las plantas

Esta desvalorización de lo latente—aquello que existe sin manifestarse o que está aparentemente inactivo—es una cualidad bastante particular de nuestra sociedad moderna. Hemos aprendido a ver y valorar la vida a través de los hitos: los hechos clave o los resultados que permiten reconocer el 'progreso'. Nos sucede cuando vemos las plantas, nuestras propias vidas o incluso la Historia de la humanidad. Hace unos días, escuché una entrevista que le hizo Krista Tippet al periodista Gal Beckerman, autor del libro The Quiet Before (traducido al español como Antes de la Tormenta). Beckerman recoge en su libro una serie de movimientos que sucedieron de manera silenciosa, sin protagonismos, pero que fueron los espacios donde se gestaron algunas de las ideas más radicales de la historia y que conocemos solamente a través de sus estallidos posteriores: la revolución científica, el voto universal, los movimientos feministas, los derechos civiles. Al poner el énfasis en la 'calma previa' Beckerman subraya los períodos largos y discretos que precedieron a estos eventos, apuntando a la necesaria incubación que llevaron estas ideas.  

***

Las semillas de Guanacaste que yo había recogido eran de los dos árboles en las propiedades colindantes a nuestra casa. Es decir, ninguno de esos árboles está creciendo en nuestra propiedad, sin embargo sus largas ramas se extienden por encima de las tapias y se balancean por encima de nuestro jardín. Puedo verlos desde la ventana de mi cuarto, desde la cama incluso. De manera que, cada día, el movimiento de sus ramas es mi primer indicador sobre el tiempo: el socollón tormentoso de los vientos de febrero, el tremor de las hojas antes de la lluvia, el placentero vaivén de un día soleado y fresco, la quietud en el pico de la época seca.

Hace unos meses, sin embargo, me desperté, no con noticias del tiempo, sino con el ensordecedor sonido de la motosierra. El vecino había mandado a podar todas las ramas de uno de los árboles a la altura de la primera bifurcación del tronco. Al final de aquel día horrible, del árbol no quedó más que su tronco inmóvil. En mi rabia e impotencia, pasé varios días tratando de entender qué de lo que había hecho el vecino era legal o no en nuestro país. La persona que me atendió cuando llamé al Ministerio de Ambiente fue paciente y empático. Me dijo que no hay mucho que hacer frente a una poda, pero también me instruyó sobre los signos que me indicarían si el árbol se estaba muriendo o estaba sanando. Me dijo que si el árbol estaba bien, empezaría a secretar una especie de resina para protegerse de hongos y bacterias, después de lo cual comenzarían a brotar pequeñas ramas nuevas. Mientras lo escuchaba hablar a mí me parecía imposible pensar que de lo que había quedado del tronco surgiera otra vez el árbol. Me permití mi escepticismo y el duelo que conllevaba. Y también empecé a prestar atención al árbol, en busca, y deseosa incluso, de las señales que me había anunciado esta persona. La mañana que vi una especie de ámbar brillando al sol en la superficie del tronco, agradecí el haber estado equivocada. El día que noté las primeras hojas retoñando volví a soñar con ramas largas que se balancearan de nuevo sobre mi jardín y dejaran caer sus semillas.

El término incubación viene del latín incubatio que combina el prefijo in- (hacia dentro) con el verbo cubare (acostarse). El término latín a su vez se origina de una práctica mágico-religiosa que se daba en la medicina tradicional de la antigua Grecia—y probablemente en culturas previas a ésta. El incubatio era un método en el que una persona enferma dormía en el suelo del templo en un área sagrada hasta que tuviera un sueño significativo, cuyo mensaje era interpretado por los oráculos para descifrar revelaciones sobre el futuro, conocimientos trascendentales o curaciones de enfermedades.

Cuando Beckerman habla de la incubación que requirieron las ideas radicales que han movido al mundo, habla también de las cualidades que este período latente le ha dado a los movimientos; entre ellos paciencia, coherencia, imaginación. "La gente no puede aspirar a una realidad hasta que empieza a imaginársela. Y para imaginarla, necesitan ver algún indicio de que podría existir." Según Beckerman, esos indicios se siembran en conversaciones: "...eso es lo que veo en esos momentos de calma previa. Veo a gente conversando."

La calma previa: el espacio sagrado para soñar y proponer lo posible.

Moverse como las plantas
***

Mi mamá vino el otro día y le mostré la plántula del Guanacaste. Como soy hija de ella, se emocionó tanto como yo cuando la vio. Conversamos sobre adónde podría ser trasplantado cuando alcanzara más tamaño, sobre el espacio y condiciones que necesitaría para crecer bien. Mi mamá tiene un talento nato para previsualizar jardines y el conocimiento y la paciencia necesarios para hacerlo suceder. Ese día me contó que había sembrado en su propio jardín una hilera de palmeras. "Yo sé que yo no las voy a ver grandes, pero las disfrutarán mis bisnietos"—me dijo.

Yo no preví que un Guanacaste creciera en nuestro lado de la tapia. Para que esa semilla germinara aquí hizo falta mi admiración por su forma, mi deseo de recolectarla, la curiosidad (y malicia) de mi sobrino, mi decisión de tirarla en el jardín y no en la basura orgánica, las condiciones adecuadas del suelo y el clima. Pero antes de todo eso, fue necesario que otro árbol planteara la posibilidad de su existencia en forma de semilla y la dejara caer en mi jardín. 

Moverse de lugar es un cambio que la mayoría de árboles solo puede hacer así: de una generación a otra. Es un traslado paciente, gradual. El día que yo rejunté esa semilla del suelo, ya algo había comenzado a desarrollarse antes de su plena manifestación. Latente. Esperando las circunstancias y condiciones adecuadas para manifestarse plenamente en la conciencia del mundo. Yo fui solo una pequeña parte de eso.

Tippet resume los hallazgos de Beckerman en una frase poderosa: "todas las ideas que han cambiado el mundo empezaron con semillas plantadas durante largos e irregulares períodos." Esto, según ella, refresca nuestra percepción de cómo suceden los grandes cambios sociales al mostrarnos "la realidad de que nuestras vidas y acciones por debajo del radar encierran la posibilidad de ser más generativas de lo que podemos medir." 

Beckerman describe lo que sucede en la calma previa como un proceso de descubrimiento lento y comunal. Es decir, no pasa de un momento a otro, y no pasa a través de una sola persona. Los personajes de su libro son personas cuyo nombre casi nadie recuerda. Uno de esos personajes que cita Beckerman en la entrevista es un aristócrata francés llamado Peiresc, quien escribió:

"La brevedad de la vida humana no permite que una sola persona sea suficiente; es necesario adoptar las observaciones de un buen número de otras personas de los siglos pasados y de los futuros para aclarar lo que calza mejor."

Las ideas que estas personas plantearon eran, en su momento, absolutos disparates. Eran ideas que desafiaban el aparente orden inamovible de su mundo, y que podían ser incluso peligrosas de mencionar fuera de ámbitos de confianza. La aparición en el mundo de estas ideas no se dio en podios ni en megáfonos, se dio en conversaciones íntimas, informales, cercanas. Muchas de ellas, quizás, en un jardín.

Moverse como las plantasMoverse como las plantas
***

Solo el tiempo dirá si la plántula del Guanacaste se convertirá en un árbol enorme que extienda sus ramas más allá de este jardín. Sin embargo, la posibilidad ya existe en mi imaginación, aun cuando me sigue pareciendo una especie de truco de magia que de una semilla que tuve en mi mano pueda surgir un árbol enorme. Pero es así, todo en este mundo inicia como una diminuta e improbable posibilidad, todo está desarrollándose antes de manifestarse plenamente.

Ser esa parte pequeña e improbable de algo se me hace fascinante. Me emociona la realidad de que cada vida puede, en forma sutil y olvidable, participar en la posibilidad de nuevos mundos. Así que salgo al jardín e intento atender a lo latente. No para descifrar el truco de cada movimiento, sino más bien para asombrarme ante la magia del constante nacimiento del mundo.  

***

Incubatio.

Ante un mundo enfermo, me acuesto en el templo de mi jardín 
y sueño con lo posible. 
A veces, cuando el viento mece sutilmente al Guanacaste, 
me entrego a la conversación de sus hojas y escucho:
la calma previa. 

CRÉDITOS

Textos
Alessandra Baltodano & Carolina Bello

Fotografías y Videos
Alessandra Baltodano & Carolina Bello

Ilustraciones
The Power of Movement in Plants
de Charles Darwin

Costa Rica. 2023

Publicado en Junio de 2023
Volumen 7, Número 3

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