Lengua
Sobre los portales que nos conectan a otros cuerpos
Un día, todos los jardines brotaron
de nuestros nombres, de lo que quedaba
de corazones anhelando. ¹
(Heba Abu Nada, 1991-2023)
Las palabras establecen los límites territoriales y definen su contenido. Un acto de lenguaje puede tronchar una tierra; usualmente, da pie a la violencia física muy pronto. Marcar como terra nullius un terreno antecedía su apropiación por los colonizadores europeos, que por vericuetos jurídicos anulaban la presencia muy real de sus habitantes, primero por la palabra, luego por la fuerza.
El lenguaje también puede determinar nuestra relación con los elementos de esa tierra, incluidos sus seres vivos. Foragers (2022, 64 min., 2K video) es una película de la artista y cineasta palestina Jumana Manna que mezcla elementos de documental, ficción e imágenes de archivo para trazar una historia de desposesión y dominio.
En la película, aprendemos de la práctica de forrajeo de hierbas de ciertas plantas comestibles en tierras de Palestina e Israel. Foragers explora cómo cierta legislación israelí para la protección de la naturaleza terminó limitando (y castigando) la recolección de ‘akkoub y za’atar, dos hierbas tradicionales que no se encuentran fácilmente y que forman parte del conocimiento palestino de esas tierras.
Es una película meditativa, donde la historia también deja espacio al humor, a la convivialidad. Vemos a mujeres de la comunidad conversar sobre las plantas y su memoria de ellas; también denuncias feroces de la situación, búsquedas clandestinas al abrigo de la noche y discusiones en torno a los conceptos que rigen la vida bajo la ocupación. Manna deja que sus imágenes respiren, que fluyan a su ritmo, y de alguna manera se empieza a sentir como un diálogo, una inmersión en una conversación de muchos años en la cual, por una hora, participamos y aprendemos.
Hierbas prohibidas, palabras tramposas
El za’atar silvestre, emparentado con el tomillo, es el Origanum syriacum, de larga tradición en aquellas tierras y atestiguado en escritos desde la antigüedad. Como siempre, también carga con una tradición popular: en distintas preparaciones, se dice que despierta la mente y agudiza los sentidos, y le atribuyen otras propiedades medicinales.
En 1977, esa especie fue denominada por el gobierno israelí como especie protegida, con multas y castigos recrudecidos desde el 2005. Son las pequeñas cosas las que conforman una ocupación. Una tras otra. Y encima, las grandes cosas: el arrebato de la tierra, la lengua, la propiedad, la calma.
Foragers indaga en esa historia con admirable paciencia, con la mirada aguda para los gestos y las ideas que reverberan en una sencilla hierba. Hay alegría en su hallazgo y preparación. Recuerdos que flotan en el ambiente. En una entrevista en Failed Architecture, Manna dice que, pese a los riesgos latentes, “(los palestinos) realizan esta ardua labor a lo largo de la temporada para vender las hierbas a sus vecinos y las comunidades circundantes. Los palestinos son los maestros de la continuidad bajo circunstancias catastróficas”.(2)
Las tensiones entre la protección de ciertos espacios de naturaleza y el aprovechamiento tradicional de comunidades locales ha sido ampliamente estudiado. Por supuesto, las condiciones de la desposesión palestina por parte de Israel revisten de otros significados esta denominación de cierta tierra como tierra “de nadie”, tierra virgen que debe ser protegida… o claro, colonizada.
En el fondo de Foragers hay una discusión sobre el concepto de mushaa, o tierra agrícola para la explotación común, no enteramente pública ni privada, sino de la comunidad. Al ser parcelada, se trastocó su significado y su vínculo con las familias que la aprovechaban, de manera que todo se ha ido diluyendo con el tiempo. La recolección de las plantas se enmarca en el viejo entendimiento del procomún que constituye la mushaa. Por ende, su prohibición altera la relación con la tierra: cercena una práctica ancestral redibujando los límites permitidos a los habitantes palestinos. Cuando es confiscada, muchas veces es quemada, como cargamento ilegal. Manna se refiere a esta recolección de hierbas, ante el peligro, como un “acto de sobrevivencia y de resistencia anticolonial. Forrajear estas plantas es parte de un esfuerzo por aferrarse a formas de memoria y del hacer que se erosionan rápidamente”. (3)
La cámara que busca y recolecta
Foragers es una película cuya energía emana de los contrastes. Los elementos ficcionales y los registros de lo cotidiano chocan para revelar la tensión inherente al tema. En algunas secuencias, la cámara misma adopta la mirada recolectora, una cámara que explora entre las hierbas buscando ‘akkub y za’atar.
Es interesante, por supuesto, recoger las tensiones inherentes a una disputa por la naturaleza en este tipo de conflictos, donde una necesidad de conservación de la naturaleza está entremezclada con la mentalidad colonial y un desconocimiento de la práctica comunitaria. Es algo que resuena con luchas indígenas a lo largo de América Latina, donde lo que entra en cuestión es la forma en la que se definen los territorios, sus seres vivos y no vivos, y el “aprovechamiento de los recursos”: bien sabemos que un mismo paisaje puede ser visto como terreno explotable y como tierra sagrada. Evidentemente la situación actual de Palestina nos coloca ante otra situación al ver Foragers y otros videos de Manna, dada la violencia del gobierno israelí y la desposesión a la que han sido sometidos los palestinos.
Recordando un festival de cine palestino en Nueva York, a inicios de los 2000, la cineasta y curadora Annemarie Jacir señalaba que los palestinos en su tierra y en la diáspora habían aprendido cómo eran invisibilizados en ausencia de “sus propias voces e imágenes” (4). Está claro que confrontar las implicaciones de la violencia colonial puede desestructurar nuestro pensamiento en cada minucia: la designación de la naturaleza, con sus seres vivos y no vivos, con sus ritmos e historias, no puede aplanar violencias estrictamente humanas.
En una escena de Foragers, vemos a algunas personas en la calle vendiendo las plantas, analizándolas, pensando en aromas, en sabores, en todo aquello que las ata a la tierra. A la vida también. También recordaré las plantas en manos de las mujeres, que hablan y hablan mientras las preparan. O callan. Presentes allí, en su tierra, con sus hierbas, que tienen sus propios nombres en su propio idioma y sus propios acentos.
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Con cada entrega de la columna, Fernando Chaves nos adentra en el mundo del documental creativo por medio de una obra relacionada a la temática del volumen, abriéndonos a las infinitas posibilidades de este género que difumina los límites entre la realidad, la experiencia y la imaginación.