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Los árboles a lo lejos

Mitos, especulación y datos se cruzan en este relato en el que una lenta criatura anhela llegar al espacio seguro del bosque. A medida que seguimos su travesía, Pablo reflexiona sobre recorridos, infraestructura y la posibilidad de desarrollos más justos.

Está sola, cabizbaja, siempre caminando lento y en silencio. No tiene prisa, su alimentación determina sus desplazamientos. Si no tiene hambre, no se mueve, y cuando le da sueño, duerme. 

Caminando por los pastizales —en lo que antes era un bosque tropical— se encuentra en la frontera con otro paisaje: un sembradío de piña gigantesco. A lo lejos se ven copas de árboles que se asemejan a una isla de biodiversidad. Avanza a través del campo de monocultivo y se percata que el olor a químico, típico de estos campos, no es tan fuerte, y que los frutos están descompuestos. En el pasado ya ha tenido que atravesar cultivos de café, cultivos de banano, potreros eternos, barrios, y hasta ciudades para llegar adonde más cómoda se siente: los árboles. Sin embargo, en los últimos meses ha notado que los monocultivos que invadieron casi todos los bosques en donde habita se encuentran abandonados. 

Las variables ambientales condicionan su patrón de actividad, por eso las altas temperaturas —que en los últimos años se han incrementado— le afectan más que a otros mamíferos de su mismo tamaño. Ahora se encuentra en medio de esta plantación de piña, con el sol intenso y sin sombra. Solo le queda la opción de seguir hacia las copas de los árboles que se ven a lo lejos. Trata de mentalizarse, avanza a través del calor apabullante. En plena somnolencia llega a una frontera, una que le genera náuseas y miedo paralizante: una carretera.

Se detiene, no sabe qué hacer: ¿esperarse, cruzar? Percibe que algo es diferente, hace un tiempo atrás hubiese olido y escuchado la carretera mucho antes de llegar a ella. Se pregunta qué ha sucedido con todos los carros que transitaban a altas velocidades, día y noche, por este tipo de carretera. Luego recuerda que tiene mucho tiempo sin percibir carros en movimiento, o a un ser humano tan siquiera. Ella sabe adaptarse a una vasta variedad de ambientes como bosques tropicales, manglares e incluso áreas transformadas por la actividad humana, por lo mismo, ya está acostumbrada a lidiar con el Homo sapiens.

Recuerda aquel primer encuentro cuando era joven: después de haber escalado los cañones del río Uruca con sus largas garras y su cola prensil, llegó a un pastizal —de lo que antes era un sembradío de arroz— y cuando se preparaba para cruzar una cerca de alambre de púa, aparecieron dos perros gigantes. Se puso en posición de ataque, se erigió apoyándose con sus dos patas traseras y su cola, y con sus dos brazos extendidos y las garras expuestas de sus manos esperaba valientemente dar pelea a estos bravos animales domésticos. De repente, apareció un humano, quién espantó a sus perros y la miró sorprendido como si estuviese frente al Viejo del Monte[1].

***

Siendo joven me perseguía la ingenua idea de que para acceder a la naturaleza salvaje debía trasladarme muy lejos de casa, lejos de la ciudad, de los suburbios, de lo humano. Una vez allí —por primera vez en un parque nacional remoto y biológicamente intenso— conocí esa sensación de estar a total merced de lo incierto del bosque y el clima tropical, con lo cual aprendí mucho sobre ecología y también sobre mí mismo. Sin embargo, aunque aquella experiencia inmersiva me marcó de por vida, fue en mi regreso a San José que aprendí varias lecciones. La primera es que en el suburbio donde vivía, a nueve kilómetros del casco central de la capital, existía flora y fauna en un tránsito continuo, que sucede de una manera muy creativa y audaz aunque los muros, las cercas eléctricas, las carreteras, el concreto, intenten detenerlo. La segunda enseñanza fue el reconocimiento de la poca atención que había depositado en todo ese movimiento, y que esa idea de ciudad como un espacio sin vida silvestre, era una ilusión nada más. En realidad muchos de los animales y árboles que había conocido en la selva tropical a más de cuatrocientos kilómetros de casa, siempre habían estado allí, a mi lado, circulando.

Mi primer encuentro con una tamandúa sucedió en aquella selva. En esa ocasión, por largos segundos presencié su lento pero continuo caminar, un evento que provocó que pudiese guardar en mi memoria cada detalle de este hermoso mamífero. La Tamandua mexicana es un oso hormiguero que puede caminar largas distancias pero que pasa casi la mitad de su tiempo en los árboles. Distribuye sus ocho horas de actividad entre el día y la noche, su catemeralidad (o sea, que no es diurno ni nocturno, sino ambas) no responde a un horario fijo. Su misión consiste en meter su larga y pegajosa lengua en cada una de las 50 a 80 colonias de termitas y hormigas que visita diariamente. 

Unos meses después de volver a casa de aquel viaje escuché a mis dos perros ladrando desaforadamente hacia la cerca que da a un pequeño bosque urbano. Corrí y al llegar al alboroto me encontré una tamandúa juvenil erguida de dos patas, lista para defenderse. Espanté a mis perros, que de alguna manera le habían perdonado la vida, y me quedé contemplando al pequeño oso hormiguero. 

***

Aún frente a la carretera, la tamandúa se pregunta si será seguro cruzarla. Después de varios minutos de reflexión, el calor se vuelve más intenso, el parche de árboles está más cerca que antes, pero sabe que todavía le queda camino por recorrer. Intuye que si no cruza la carretera, puede llegar a debilitarse demasiado. Al mismo tiempo, no puede dejar de pensar en los muchos parientes que se ha topado desparramados en estas trampas de muerte. 

     —¡Qué raro que no hay automóviles!—medita la tamandúa. Deduce que quizá eso mismo pensaron aquellos que murieron en el intento de cruzar. Entonces se espera. Mira hacia arriba y con el astro solar directo en su pelaje negro y anaranjado, anhela tener un par de árboles con largas ramas en cada lado de la carretera para poder cruzar por arriba.

Mira a su derecha y ve una interminable recta con cultivos de piña en ambos lados. Mira a su izquierda y lejos, en el fondo, se ven árboles de palma africana en cada lado, pero son árboles que no tienen ramas que permitan el paso. Se ve tentada a trepar el tendido eléctrico que atraviesa la carretera, pero desiste porque en el pasado vio a monos electrocutarse en el intento.

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Recuerdo pensar en lo peculiar de su andar y, con los años, empecé a notar que la tamandúa era un animal que a menudo encontraba muerto a la orilla de las rutas. Es claro que no era el único que veía, pero sí era evidente para mí que muchos de los cadáveres pertenecían a esta especie. Su población actual se distribuye desde el sur de México hasta el norte de Sudamérica. Aquí en Costa Rica —el país con la mayor densidad de infraestructura vial de Centroamérica— está amenazada a causa de los atropellos en carreteras. Según varios estudios, desde hace tiempo que la tamandúa, junto con la zarigüeya o zorro pelón (Didelphis marsupialis), son víctimas muy comunes de los carros, camiones y buses. Me pregunto si en el futuro, después de miles de atropellos, la tamandúa tendrá miedo de cruzar la calle. Si lo integrará en su ADN como una estrategia de supervivencia en su especie animal.

"Algo tan sencillo como no poder cruzar la calle puede generar una escasez de individuos en las poblaciones de animales"

Algo tan sencillo como no poder cruzar la calle puede generar una escasez de individuos en las poblaciones de animales en ciertos sectores, disminuyendo la abundancia de genes y el flujo de estos. Por lo tanto, los atropellos son solo la punta del iceberg de lo que en realidad afecta a la población de una especie a largo plazo: la reducción de la diversidad genética.

Por otro lado, hay una afectación silenciosa al equilibrio ecológico de los hábitats y cadenas tróficas de los bosques: uno de los roles de la tamandúa en el ecosistema es evitar la sobrepoblación de termitas y hormigas. Si no logra cruzar la carretera, su ausencia en el bosque puede originar una sobrepoblación de hormigas o termitas que seguidamente provoque una escasez de un tipo de planta, y así otra vegetación se puede propagar desmedidamente y acabar con el alimento de especies animales. Igualmente, la escasez de los grandes felinos —que también son víctimas comunes de los vehículos— en un lado de la carretera genera un aumento de herbívoros en ciertos sectores, que al mismo tiempo ocasiona que ciertas especies de plantas mermen, afectando insectos y otros invertebrados.

Costa Rica cuenta con un programa de corredores biológicos[2], que fue creado justamente para permitir el intercambio genético de flora y fauna entre ecosistemas y así mantener esa diversidad biológica en el tiempo. Lo que sucede es que esta iniciativa choca con el desarrollo de infraestructura vial que sigue en aumento. En ese sentido es importante destacar la creación de la Guía Ambiental: Vías Amigables con la Vida Silvestre, un trabajo investigativo y de incidencia política que un grupo de biólogas[3] han producido y que de alguna manera puede cambiar en el corto y mediano plazo esta problemática ambiental. En teoría, este revolucionario instrumento debe ser utilizado por el Ministerio de Transportes de Costa Rica para todos sus proyectos de desarrollo vial nuevos y en la ampliación o construcción de carreteras.

Algunas comunidades, ya sea por su cuenta o apoyadas por organizaciones, se han unido a esta iniciativa creando pasos de fauna en las rutas. Sin embargo, el desconocimiento general sobre las formas en que la infraestructura vial afecta a la biodiversidad, y el ritmo de vida que impone la modernidad continúan siendo los principales obstáculos para adoptar estas soluciones.

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El calor y el hambre siguen debilitando a la tamandúa, mientras ésta fija su mirada en los árboles a los lejos. Continúan pasando las horas y ya no tiene idea de cómo cruzar la calle sin peligro. Se aferra a esperar a ver si aparece algún otro animal con la misma necesidad que le inspire valor para cruzar. Pero no ha visto a otros animales, posiblemente se encuentra en una de las rutas de fauna que se han dejado de usar por ser peligrosas.

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En aquella inmersión en la selva, también conocí sobre el Oso Caballo, un nombre que de inmediato carga a cualquier ser vivo de una dimensión mítica. Algunos guardaparques y baquianos que conocí lo mencionaban en sus historias en un pasado no muy lejano. Así que en mi curiosidad por saber sobre este animal desaparecido pregunté por qué ya no existía aquí en Costa Rica. La primera versión que escuché fue de Felipe Mota: me explicó que este animal tenía un chillido que se asemejaba mucho al de un ser humano gritando, por eso en el pasado, cuando la gente lo escuchaba se dirigía apresurada a atender este llamado. Cuando llegaban se encontraban con un animal de dos metros de largo, 33 kilogramos y con una inmensa y mechuda cola, y que al ver humanos acercarse, se erguía y revelaba sus garras. En realidad, con esta posición el oso hormiguero gigante (Myrmecophaga tridactyla) solo buscaba intimidar pero las personas no esperaban y la reacción era asesinarlo. Esto contribuyó a que fuese muy fácil de localizar y por ende, cazarlo.

Otra versión de su desaparición está ligada al mito costarricense del Viejo del Monte, un ser fantasmagórico que vaga por montañas, bosques y lugares despoblados lanzando horribles alaridos que pueden ser escuchados a gran distancia. Irónicamente, según el mito Bribri de dónde surge este personaje folclórico, su papel era asustar a aquellos que destruyen la naturaleza. Sin embargo, la conexión entre el oso hormiguero gigante y esta historia fantástica generó que la población le tuviera miedo a este inofensivo animal. Y posiblemente ese temor, combinado con el desconocimiento sobre su apariencia y su comportamiento, acabaron con su presencia en Costa Rica.

Oso hormiguero gigante (Myrmecophaga tridactyla) ilustrado por Charles Dessalines D' Orbigny (1806-1876).

De los accidentes de fauna silvestre en carretera, se desprende otro mito: el del desarrollo. Desde la miopía antropocéntrica tendemos a considerar los atropellos como eventos aislados, inmediatamente los justificamos bajo la idea de que las carreteras son necesarias y que esos atropellos son algo que va a suceder de por sí. Esa normalización funciona bajo la lógica de que todes (seres humanos y no-humanos) debemos acoplarnos a las carreteras en el nombre del progreso que éstas representan, ignorando por completo las necesidades vitales de todos los seres vivos que circulan en el territorio.

Cuando reina la ignorancia, la vida se pierde

—Zach de la Rocha

Como en el caso de la desaparición del Oso Caballo, el desconocimiento e indiferencia del humano actual por reconocer la existencia de les otres seres vivos en su totalidad atentan contra el equilibrio ecológico. Considerar sus recorridos, sus particularidades, el tamaño de sus hábitats y las relaciones que necesitan para vivir es un ejercicio de atención que parece muy complejo, pero con empatía, la creatividad humana es capaz de moverse hacia ideas de progreso que en lugar de quebrantar, sostienen la vida.

"Con empatía, la creatividad humana es capaz de moverse hacia ideas de progreso que en lugar de quebrantar, sostienen la vida"

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La tamandúa empieza a temer. Teme morir de hambre si no cruza. Teme que, incluso si cruza, aquel parche de bosque a lo lejos resulte ser uno de los muchos donde no consigue alimento. De repente, a la distancia aparece un cocodrilo, este camina lentamente y se parquea en medio de la carretera. Con la mirada perdida y alucinando de calor, la tamandúa observa este fenómeno. Ya ha visto culebras, iguanas, lagartijas, que al ser atraídas por el calor del pavimento mueren aplastadas por los vehículos, por eso lo que ve le genera pavor por el reptil. Se espera a ver si es un espejismo causado por las altas temperaturas, pero el cocodrilo se mantiene como una roca en la línea despintada de amarillo del centro de la calle. 

Pasan las horas.

La imagen del cocodrilo, que todavía está en la misma posición y vivo, le da coraje. Se trata de levantar, pero sus patas están muy débiles para sostener su pequeño cuerpecito, su mirada ya no distingue los contornos de las copas de árboles de aquel bosque fragmentado a la distancia. Camina unos pasos y asombrada visualiza a un oso caballo del otro lado de la carretera, el cual amablemente le saluda como cuando se le da la bienvenida a una persona a su nuevo hogar. 

A todo esto, ningún carro ha pasado.

[1]  Monroy-Gamboa (2023) atribuye al mito del Viejo del Monte o Dueño del Monte, una de las causas de la desaparición del Oso caballo (Oso hormiguero gigante) en Costa Rica.

[2]  Programa Nacional de Corredores Biológicos (PNCB) (SINAC, 2018).

[3]  Esther Pomareda, Esmeralda Arévalos y Daniela Araya (Arellano, 2022).

Alfaro, V. C. (2015). Carreteras y vida silvestres: situación de Costa Rica. Revista Ventana, 9(1), ág-31.

Navarrete, D., & Ortega, J. (2011). Tamandua mexicana (Pilosa: myrmecophagidae). Mammalian Species, 43(874), 56-63

Pomareda, E., Araya-Gamboa, D., Ríos, Y., Arévalo, E., Aguilar, M. y R. Menacho. 2014. Guía Ambiental “Vías Amigables con la Vida Silvestre”. Comité Científico de la Comisión Vías y Vida Silvestre. Costa Rica. 75 pp.

Rojas-Sánchez, J. V., Sánchez-Cordero, V., & Flores-Martínez, J. J. (2022). El brazo fuerte, Tamandua mexicana. Therya ixmana, 1(3), 105-106.

Sistema Nacional de Áreas de Conservación SINAC (2018). Plan Estratégico 2018-25 Programa Nacional de Corredores Biológicos de Costa Rica. SINAC.

Sistema Nacional de Áreas de Conservación. Programa Nacional de Corredores Biológicos. 1 de mayo de 2023. 

Velázquez, H. P., & Monroy-Gamboa, A. G. (2023). ¿ Qué extinguió al oso caballo en Costa Rica?. Therya ixmana, 2(2), 59-61.

CRÉDITOS

Texto & Fotografías
Pablo Franceschi Chinchilla

 

2023. Costa Rica


Publicado en Julio de 2023
Volumen 7, Número 6

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En este Encuentro con Autores, conversamos sobre los movimientos animales con Xavi Bou, geólogo y fotógrafo de Barcelona, autor de la historia ‘Ornitografías’ y con el documentalista y co-fundador de Wimblu Pablo Franceschi, autor de ‘Los árboles a lo lejos’.

*Conversación en español

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