Coreografías Hidrolíticas
Una invitación a reimaginar el subsuelo.
Volé a Lisboa a finales del invierno del 2018, poco después de medianoche. Allí, en la oscuridad, en la pared de mi nueva habitación, un mapa amarillento: reconocible por su forma, pero no por su contenido. La inconfundible curva de la costa de África Occidental, plagada de nombres desconocidos: Das Palmas, Das Galinhas, Costa Fermazo, Costa Dos Bajos, Rio Dos Junges, Rio das Barbas... nombres portugueses. Y entre ellos, mi lugar de nacimiento: Lagos.
A lo largo de ese año estudiando en Portugal, diferentes personas, desde mi banquero hasta mi casero y profesores de mi universidad, me instruían incesantemente sobre el legado de Portugal con África. ¿Sabía yo que fueron los portugueses quienes descubrieron África? ¿Sabía yo que, a diferencia de los británicos o los franceses, los portugueses no eran colonizadores odiados, sino amados como hermanos mayores por los africanos? Menos discutido era el hecho de que Lagos (Portugal) había sido el primer punto por el que los africanos esclavizados entraron en Europa. Esta resistencia a enfrentarse a la historia se extendía a las calles de la ciudad: a diferencia de otras capitales europeas, Lisboa no tenía ningún monumento que lidiara con la participación de Portugal en el comercio de esclavos en los siglos posteriores.
Mi cortometraje de graduación Lagos, Lagos surgió como una especie de contra-memoria, de mi frustración como persona africana constantemente confrontada con estas fantasías coloniales revisionistas en Lisboa. La película entreteje relatos mítico-históricos de varias personas que viajaron entre Lagos (Nigeria) y Lagos (Portugal) durante un periodo de 600 años. Al seleccionar los relatos, me basé tanto en los registros históricos como en la tradición folclórica: al fin y al cabo, el hecho de que estuvieran impresos en libros no hacía que los relatos de viaje de los exploradores del siglo XVI que afirmaban haber luchado contra los monstruos marinos del Atlántico fueran menos fantásticos que nuestra propia tradición local de Mami Wata, un espíritu acuático de África Occidental que se alimentaba de los codiciosos marineros y esclavistas europeos de la época. Por eso era esencial que ambas voces y mitologías (la de los "descubrimientos" continentales y la de los seductores espíritus del agua) estuvieran presentes en la película.
Para trazar las continuidades del movimiento desigual entre Europa y África, Nigeria y Portugal, también era necesario mostrar paralelismos pasados y presentes: junto al relato de la captura y el viaje de una persona esclavizada a bordo de un barco de esclavos, también adapté el relato de uno de mis protagonistas de otra película, que me había contado una historia sobre cómo había viajado clandestinamente en un barco y había acabado en Portugal. Y era importante yuxtaponer eso a la experiencia de un oficial colonial que había viajado de Lagos a Lagos en los años 60, por diversión y en circunstancias completamente diferentes.
Dado que todas estas historias, independientemente del siglo en que ocurrieron, tuvieron lugar en barcos, a través del océano, me resultó evidente que la película también tenía que transcurrir en el agua: por este motivo, todas las tomas están grabadas bajo el agua, a través del agua o a través de una densa niebla. Con el número de vidas perdidas tanto en el Pasaje del Medio como en la dureza de los regímenes fronterizos actuales, el mar guarda el recuerdo de muchísima vida y pérdida. El océano y su vida marina han sido testigos y a veces incluso el trágico punto final de muchos de estos viajes, lo que hace del agua el medio perfecto a través del cual encontrarlos en una película.