Fuerza Interna
Una conversación sobre lo que nos mueve.
Formadas por el legado del pensamiento geológico de los siglos XVIII y XIX, las ideas populares del subsuelo replican dos figuras principales: la mina y la cueva. La mina, por un lado, atrae nuestros sentidos hacia los retos físicos de extraer materiales como petróleo y oro de debajo de la superficie. Nos recuerda los masivos esfuerzos globales lanzados sobre la base de la explotación laboral y la degradación medioambiental para extraer minerales y convertirlos en mercancías con las que la gente pueda decorar sus cuerpos, construir microchips, comprometerse en relaciones monógamas, transmitir los espíritus de los antepasados y generar enormes ingresos. La cueva, en cambio, nos hace maravillarnos ante la posibilidad de un espacio abierto y hueco, normalmente fuera de nuestro alcance, abriendo una forma de propiocepción geológica. La cueva nos permite ampliar nuestro imaginario espacial (1). Como han demostrado los antropólogos, las minas han sido conocidas por comerse a la gente, y las cuevas son a menudo lugares para iniciar nuestro viaje al más allá. Juntos, inspiran visiones de capas estratigráficas salpicadas de objetos valiosos; viviendas verticales que aumentan nuestro sentido de lo habitable en un momento en que la imaginación planetaria revela el mundo como un lugar dañado (2).
Y, sin embargo, existe otro tipo de figura subterránea que, si bien comparte parcialmente algunos elementos con la cueva y la mina, también los excede. Les hidrólogues lo llaman acuífero, pero yo tiendo a pensar con les hidrogeólogues de Costa Rica que me lo describieron como una esponja saturada, una arquitectura dinámica succionando y filtrando, hinchándose y encogiéndose, absorbiendo y exudando (3). Una vez que mis conversaciones con les hidrogeólogues de uno de los organismos estatales que se ocupan de las aguas subterráneas en Costa Rica superaron las formalidades iniciales, me dijeron repetidamente lo mismo. Cada vez que preguntaba qué eran los acuíferos, me recordaban que "para entender los acuíferos hay que entender el movimiento. El agua subterránea no es sino movimiento".
En Costa Rica, recientemente los acuíferos han pasado de ser una preocupación de un círculo cerrado de funcionaries del gobierno y empresas de perforación a una preocupación importante en los círculos medioambientales, agrícolas e inmobiliarios. Los crecientes conflictos en torno al acceso al agua, la proliferación de accidentes que contaminan la fuente de agua de más del 85 por ciento de la población del país y la amenaza de privatización para vender agua al norte global han convertido a los acuíferos en formaciones controversiales. Lo que hasta finales del milenio los políticos dejaban calladamente bajo tierra, hoy lo sacan a relucir como crítico para el futuro de la nación. El agua subterránea ha cobrado protagonismo como ficha geopolítica, objeto de proyectos de seguridad nacional y enigma irresistible en la ciencia planetaria.
A pesar de esa renovada prominencia, los acuíferos siguen siendo un tanto misteriosos. Parecen ordinarios hasta que nos detenemos a pensar en su forma y nos damos cuenta de que tenemos que pensar en el agua y la roca juntos, inseparables, pero también en constante movimiento. Los acuíferos son el movimiento que posibilita el encuentro del agua con la roca; son las filtraciones que sus tires y empujes provocan. Privilegiando el movimiento, el encuentro difícil y nunca exento de fricción entre el agua y la roca confunde nuestra capacidad de distinguir entre figura y suelo (4).
Mucha gente en Costa Rica no piensa en el agua subterránea como movimiento. Más bien hablan de los acuíferos como venas de agua subterráneas. Un precursor de la idea de una vena de agua se sitúa en la época colonial, cuando los europeos combinaron las creencias cristianas con los esfuerzos mineros (5). La combinación del lenguaje de la minería de minerales con una apreciación particular del cuerpo como sustrato teológico dio lugar a la idea generalizada de que el oro y la plata se encuentran en venas bajo la superficie. A partir de ahí, no fue difícil imaginar las aguas subterráneas de forma similar. En la Costa Rica contemporánea, les expertes en ciencia del sector público explican que su trabajo consiste en cambiar esa noción. Quieren eliminar la idea de que un acuífero es una entidad contenida, como una vena o una tubería. Quieren mostrar al público su forma radicalmente distinta, simplemente un sustrato saturado en movimiento. Su propósito es llamar la atención sobre cómo esa forma particular hace que los acuíferos sean frágiles, susceptibles a la contaminación y muchas veces indóciles a los esfuerzos de restauración y limpieza después de haber sido contaminados.
Sintonizarnos con este sentido de lo que son los acuíferos cambia la forma en que nos enfrentamos a los elementos. En lugar de considerar la roca y el agua como elementos distintos, los acuíferos nos impulsan a mantenerlos unidos y a preguntarnos cómo al hacerlo redefinimos lo que consideramos elemental. ¿Y si, en lugar de imaginar sustancias, consideráramos coreografías elementales? ¿Y si describiéramos estas coreografías como campos en los que los sujetos y las sustancias no son deliberados ni distintos, sino que se ven constantemente empujados y atraídos en distintas direcciones? Estoy pensando aquí con les investigadores CTS (Ciencia, Tecnología y Sociedad) feministas que proponen prestar atención a la "coordinación dinámica de los aspectos técnicos, científicos, de parentesco, de género, emocionales, legales, políticos y financieros" necesarios para llevar entidades a una presencia sociomaterial (6).
Pero esta coreografía no es una articulación ordenada entre entidades existentes. Es filtración, desbordamiento, exudación. Es un tipo de movimiento en el que resulta difícil diferenciar entre figura y suelo, agua y roca, ciencia y ley, finanzas y emoción. Tal vez esto implique que, en lugar de pensar en el subsuelo como el terreno elemental de las sustancias elementales, podemos pensar en coreografías hidrolíticas, en el tire y empuje continuos y llenos de fuerza de la materia y los seres. Pensar en esta atracción elemental redirige nuestra mirada etnográfica hacia las fuerzas que atraen a la política y a los cuerpos al subsuelo, en medio de coreografías hidrolíticas que todes ejecutamos, la mayoría de las veces sin nuestra aprobación voluntaria. La pregunta que surge es cómo reconfigurar lo elemental, alejándonos de nuestra comodidad implícita con la 'cosicidad' y acercándonos a la intermitencia del proceso, a una historia material-semiótica que siempre ha sido inquieta e impredecible.
El grupo de geólogues que promueve esta coreografía elemental lo hace tras décadas de activismo comunitario y ambiental contra la minería a cielo abierto (7), la contaminación de acuíferos por químicos tóxicos utilizados en plantaciones (8), y la asignación de agua a desarrolladores inmobiliarios de lujo en zonas costeras (9). Esas movilizaciones han llevado a los "acuíferos esponjosos"(10) del país más allá de los círculos cerrados de funcionaries gubernamentales y empresas perforadoras de pozos donde permanecieron durante la mayor parte del siglo XX. A medida que aceptamos los acuíferos como recursos críticos para el futuro de la nación, como formaciones frágiles bajo grave riesgo de contaminación y como la única opción para adaptarnos al futuro de sequía que trae el cambio climático, nuestros imaginarios espaciales deben cambiar. Necesitamos imágenes más ágiles y dinámicas. Modelos mentales que superen la obsesión de pensar en el subsuelo como un banco, una profunda bóveda del tiempo donde se guardan objetos de valor. Las coreografías elementales hidrolíticas buscan sentidos alternativos que puedan movilizar a la acción.
Como invitaciones a actuar, las coreografías elementales hidrolíticas se resisten a los hábitos de pensamiento dominantes como la separación entre figura y suelo, el énfasis en los paisajes horizontales y la presunta inmovilidad de las capas geológicas. Además, los acuíferos, los geólogues y los sectores públicos de Costa Rica nos invitan a pensar con el tire y empuje, con las dinámicas volumétricas que nos mantienen en conexión unes con otres independientemente de nuestra voluntad de hacerlo. En esta formación, podemos hacer expresable un misterio insalvable: la simultaneidad del movimiento y la fijación. En esta formación, podemos asignar la responsabilidad del futuro del agua (11) de una manera más precisa.
Mientras leés este texto, considerá cómo tus pies tocan el piso, el suelo. Si estás sentado en una silla con patas o ruedas, considerá cómo toca el suelo. Si estás acostado en la cama o sobre el césped, cómo toca tu superficie la superficie del subsuelo. Ese tacto íntimo es en sí mismo un punto de contacto coreografiado con mundos subterráneos. Ese punto de contacto, aparentemente efímero y puntual, es un punto de contacto en la coreografía del movimiento que da forma a nuestras vidas. Nos recuerda a todes que siempre nos movemos con y contra la gravedad, las rocas y, quizá sin saberlo, el agua. ¿Cómo podría esta conciencia de nuestro ser coreografiado, de ser cuerpos que siempre se han movido, cuerpos siempre al borde del movimiento (incluso cuando estamos quietes), reabrir nuestro sentido de la presencia? Presencia como movimiento.