Columna

La marcha de los árboles

Profundizando en el contexto y el proceso del documental Taming the Garden, Fernando señala las dinámicas de poder que reconfiguran violentamente la geografía física y emocional de un pueblo.

La imagen central de la película Taming the Garden (2021, Georgia) es hermosa, horrible, estremecedora, inolvidable. En ella, un árbol flota plácidamente hacia la costa: un árbol solitario, erguido, como una aparición. Es un fantasma muy vivo: una vida que se desplaza hacia la lejanía. 

En la película de Salomé Jashi, viajan otros árboles. El trasfondo es inquietante. En los últimos cinco años, se estima que unos 200 árboles, algunos de ellos centenarios, fueron arrancados desde su raíz para trasplantarlos a una idea cuestionable: el Parque Dendrológico Shekvetili, en la costa del Mar Negro. Este proyecto es propiedad e idea de Bidzina Ivanishvili, ex-primer ministro de Georgia, quien tras retirarse de la política en el 2015, anunció que se dedicaría a asuntos filantrópicos. No pocos en Georgia sospechan que el billonario aún ostenta gran poder sobre la política actual; se estima que amasa casi $6.000 millones de fortuna, más que el presupuesto estatal de su país. El parque es de acceso público, ostensiblemente: un regalo para el disfrute ciudadano. Pero las heridas que ha dejado en el paisaje se sienten en otras regiones de Georgia. 

En Taming the Garden, Jashi y sus colegas abordan este problema desde el interior, desde el corazón. Contemplamos los bosques de donde se arrancan los árboles ancianos, los vemos desplazarse por los caminos y conocemos a las familias que los dejan ir de sus terrenos. Reciben una remuneración, claro, pero las imágenes del documental nos dejan percibir los otros sentimientos que se respiran en estas comunidades. La tierra se mueve. Los árboles caminan. Los paisajes se redibujan. Algo más tiene que estar pasando en el fondo.

En el documental no se nombra a Ivanishvili. No solo porque el caso ya había causado escándalo en Georgia (y pronto internacionalmente), sino porque podríamos pensar en otras fantasías donde la naturaleza se doblega a “buenas intenciones” similares. La apreciación del paisaje nunca ha sido totalmente benigna: en la historia de los jardines, de los parques y del paisaje está implícita la acción humana, a menudo destructiva. Transformamos lo “natural” para moldearlo a nuestro deleite y a nuestros gustos cambiantes. La configuración de lo natural para su contemplación conlleva cierta violencia, no solo la ejercida por la mirada, que convierte la flora y la fauna en meros objetos de contemplación-consumo. Físicamente, también se trastornan los cauces de los ríos, las masas de árboles y el hábitat de las especies para crear espacios fantasiosos que “evocan” la naturaleza salvaje para regalarnos joyas “naturales” ofrecidas al turismo. 

Tamara Mshvenieradze es periodista y fue la investigadora de Taming the Garden, en estrecha colaboración con Jashi. “La primera imagen del árbol que está flotando en el mar es impactante. Salomé dice que esa fue su inspiración para hacer la película. Primero que todo, era una escena muy hermosa, pero al mismo tiempo, muy perturbadora; ver este árbol tan alto en medio del mar. Se dio cuenta entonces de que había algo ocurriendo”, dice la investigadora. “También tuve este sentimiento de impresión, pero me sentía muy abrumada por la información que ya tenía sobre esta figura que lo hizo pasar”. 

Las realizadoras del documental encontraron resistencia de parte de quienes vendían sus árboles. Aunque recibían un pago por sus robles y abedules, temían hablar, quizá porque sentían que, en el fondo, algo estaba mal en el asunto. No se trata solo de los árboles-trofeo que fueron secuestrados de sus cunas, sino de los otros árboles que tenían que ser cortados para movilizarlos (un político opositor calcula que se cortaron unos 3.800 más). Pocos les querían dar información, mucho menos dejarse filmar. “Nos decían que no, pero igualmente fuimos en nuestro viaje de investigación y empezamos a identificar los puntos donde los árboles estaban siendo preparados para el proceso”, explica Mshvenieradze. 

“Nos acercamos a los ingenieros y trabajadores que estaban lidiando con esos árboles. Nos hicimos amigas del cabecilla de uno de los grupos, nos quedamos por días, por semanas; así que finalmente nos dieron acceso. Ellos tenían la sensación de que estaban involucrados en un proceso muy particular, por lo que querían compartirlo, estaban orgullosos de los desafíos técnicos que estaban superando. Conforme nos movíamos de un sitio a otro, ellos llamaban a explicar que éramos buenas chicas y que no les íbamos a hacer daño; supongo que no nos estaban tomando muy en serio. Pero los que estaban a cargo del proceso también confiaron en nosotras. Podemos decir que teníamos más confianza de la gente a cargo del proceso que de las comunidades locales, que tenían miedo”, detalla la investigadora. 

Así, el documental viaja de rincón a rincón, explorando lo que permanece y lo que se va. En una escena, una familia parece atravesar una suerte de luto mientras su árbol se marcha. El silencio sobrecoge. Los quejidos de los árboles también. “Cuando la gente nos compartía sus miedos decían que no querían tener problemas. No decían qué tipo de problemas, pero eran muy reticentes. Decían por ejemplo, mi hijo está trabajando en la municipalidad y no quiero que él tenga problemas. Generalmente la atmósfera tenía algo de miedo, de reserva. Si puedes evitar a alguien que te hace preguntas, que te filma, que te conecta con este tema, lo haces”, dice la investigadora. 

Viendo estos desplazamientos, es difícil no pensar en cómo los árboles son arrancados no solo de un terreno saturado de memoria para sus pobladores, sino también de sus propias familias de árboles, con quienes crecen mejor. Ahora son árboles prisioneros, capturados en un jardín repleto de cámaras de seguridad y vigilantes, donde nada se puede tocar sin advertencia. El filme se toma su tiempo en dejarnos respirar con estos ambientes; los movimientos ligeros de las hojas, la humedad de la tierra, las ondulaciones del mar… Todo evoca el tiempo: el tiempo congelado, el tiempo que se arranca de raíz, los años acumulados, muy apretados en los anillos de los troncos. 

Los dueños de los árboles los ven irse con algo de resignación y, sí, dinero en el bolsillo. Naturalmente, los árboles no fueron arrancados de zonas prósperas. “Una de las sorpresas que tuve fue que esta gente se crió con esta naturaleza y siempre pensé que estaban muy conectados a esta naturaleza”, dice Mshvenieradze. “Estaba muy frustrada, pero pronto entendí que había un asunto económico de fondo. Nos decían que necesitaban el dinero para la educación de sus hijos o para una intervención médica… todos tenían razones para decidir vender estos árboles. Fue chocante para mí ver cómo estaban alienados de la naturaleza que los estaba dejando. No puedo juzgarlos, no puedo decir que fuera fácil para ellos, como esta familia que vemos en la película donde tienen una sensación funérea cuando le dicen adiós a su árbol. Pero sí fue chocante ver cuán alejados se sentían de esos árboles que habían estado ahí por generaciones”, reflexiona la investigadora.

Sin duda se vieron beneficiados pobladores y gobiernos locales. Calles expandidas, carreteras donde antes no había, un dinero para pasar el resto del año, algunos empleos temporales… Y ahora, claro, la idea de que el parque del billonario servirá de imán turístico, de símbolo de la riqueza de Georgia (hay que decidir cuál riqueza). Pero vuelvo al movimiento de las hojas, a la tierra enredada en las raíces, a las aves que volarán en círculos buscando aquellas ramas. El cielo se ve gris sobre el mar. El árbol enorme se mantiene erguido, sostenido por cuerdas, flotando hacia otra vida u otra muerte. En el nuevo jardín, se acompañan en su soledad, que no sabemos cuánto durará. 

Taming the Garden está disponible online en la plataforma Mubi

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Con cada entrega de la columna, Fernando Chaves nos adentra en el mundo del documental creativo por medio de una obra relacionada a la temática del volumen, abriéndonos a las infinitas posibilidades de este género que difumina los límites entre la realidad, la experiencia y la imaginación.

CRÉDITOS

Texto 
Fernando Chaves Espinach

Fotografías
Salomé Jashi

Agradecimientos
Tamara Mshvenieradze
Salomé Jashi

2022. Costa Rica 

Publicado en Noviembre, 2022 

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