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Cuando el bosque nos recuerde

por Carolina Bello, Pablo Franceschi, Diego Ezpeleta & Alessandra Baltodano
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Inspirada en la ciencia ficción, la arqueología y la contemplación, esta obra explora la historia profunda de la comunidad multiespecie de Monteverde, a la vez que imagina el futuro del bosque nuboso y su memoria.
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Evelyn estudia fragmentos de objetos para intentar imaginar las vidas de los pobladores de la zona de San Luis de hace más de dos mil años. El asa de una taza, pequeñas figuras de pizotes, ranas y zopilotes, pedacitos de vasijas y metates. Estas piezas son las pocas pistas que quedan de la vida de aquellos pueblos originarios. La investigación de Evelyn—realizada voluntariamente, sin recursos y en una zona afectada en el pasado por el huaquerismo—da indicios de que puede tratarse de los pueblos corobicí o maleku. ¿Qué pensaban ellos del futuro? ¿Se habrán imaginado alguna vez que dos mil años después alguien en ese mismo lugar sostendría fragmentos de sus artefactos para intentar contar su historia?

Cuando le preguntamos a Lucky sobre el futuro dice entre risas que no quiere pensar en eso. Ella llegó a esta cordillera, situada en el norte de Costa Rica, hace más de setenta años desde Estados Unidos. Su esposo y otros cuáqueros que se habían negado a ir a la guerra se encontraron, tras meses de prisión, empezando una nueva vida en un pequeño país sin ejército. Pasaron meses antes de que encontraran esta montaña siempre verde. Las tierras que compraron para fundar la comunidad de Monteverde pertenecían en aquel entonces a una empresa minera. Es posible que en su búsqueda de un jardín propio, los cuáqueros le evitaran a esta montaña un destino de extracción.

Que en esta zona la tierra sea rica en minerales se debe a la actividad volcánica de millones de años. Arnoldo, geólogo, nos explicó que Monteverde se asienta sobre una especie de queque de tres capas. La formación Tilarán es la más antigua, de unos treinta a cuarenta millones de años. Sobre ella hay un intrusivo—magma que buscó ascender pero se enfrió y endureció antes de ver la luz, hasta que un día la erosión la descubrió. Puede que sobre estas primeras capas existiera alguna vez otro bosque, posteriormente destruido por la lava de una fisura volcánica que creó la formación Monteverde hace unos cinco millones de años. Esa es la misma formación sobre la que el pueblo de Monteverde está hoy. La misma sobre la que alguien, en algún momento, creó el petroglifo en una roca en donde hoy está Finca Lindora. La misma donde se han encontrado los fragmentos de cerámica que estudia Evelyn.
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Probablemente mucha más vida pasó por aquí antes de todo eso, pero los suelos volcánicos no son favorables para el registro fósil porque cada nuevo evento destruye cualquier vestigio anterior. Por otro lado, son tierra fértil para el surgimiento de, digamos, un bosque tropical nuboso. Arnoldo no sabe decirnos la edad exacta del bosque de Monteverde, pero dice que es posible pensar que comenzara a surgir relativamente poco después de que se consolidara la formación Monteverde, es decir, hace unos cuatro o cinco millones de años, evolucionando desde entonces a través de ciclos continuos de muerte y regeneración.

Sobre el suelo de ese bosque se reprodujo hasta hace poco el icónico sapo dorado. Hay quienes describen la extinción de este sapo como la primera extinción en Costa Rica debida al calentamiento global. No se ha visto un ejemplar desde 1989. Marco nació unos años después de eso. Aunque no vio nunca al sapo dorado, dedica parte de sus ilustraciones a honrar su memoria. No olvidar es, en su opinión, una forma de conservar la especie al menos en el imaginario colectivo. Sin duda, la comunidad de Monteverde debe mucho de su identidad e historia reciente a ese primer avistamiento del sapo en 1966 que puso a la región en el foco de la comunidad científica global y que sembró la semilla conservacionista y ecoturista que hoy caracteriza a la zona.

En esa misma historia reciente emerge Vera, quien llegó a Monteverde hace unos cuarenta años en busca de una nueva oportunidad de empleo, cuando recién empezaba el turismo en la zona. Dice que Monteverde le recordó lo mucho que amaba la naturaleza y que se quedó porque quería que sus hijos crecieran libres. Cuando compró la tierra donde hoy está el Hotel Belmar le advirtieron que el Higuerón de la entrada podía caerse en cualquier momento. El árbol se cayó hace unos meses, casi cuarenta años después. No es que las advertencias se equivocaran, realmente, en la vida del bosque, cuarenta años es cualquier momento.

Para seres efímeros como los humanos, resulta difícil entendernos en las escalas de tiempo de seres como los árboles o el suelo. Nos cuesta reconocer nuestra interrelación con la trayectoria de rocas emergiendo del mar, volcanes esperando siglos para explotar, tierra descomponiendo la materia lentamente, higuerones pacientes esperando décadas para terminar de morir, hongos creando redes infinitas bajo el suelo. Incluso a veces, nos cuesta reconocernos en manos de hace 2000 años esculpiendo diminutas figuritas. Pero somos toda esta historia. Existimos sobre las trayectorias de otros seres. La vida siempre surge sobre más vida. Somos todes un poco epífitas.

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En su poema Species, la escritora Tishani Doshi imagina un futuro en el que los humanos de hoy nos hemos extinguido. En un millón de años, “ellos” nos encontrarán, dice, y sus niñes correrán al museo a vernos entre sus ancestres. En su poema se lee:
…¿Será para ellos
como lo fue para nosotres, imposible imaginar océanos donde ahora hay
montañas? ¿Reconocerán su propia historia en el dinosaurio con cola de pluma, saliendo de una ola de extinción para pisar floraciones
de algas, sin pensar nunca ni una sola vez en asteroides o en un guiso microbiano?...

¿Es Monteverde una montaña que fue océano o un océano que se hizo montaña o todo lo que está en medio o todo en lo que se va a convertir? Aquí es difícil distinguir qué es qué y hacia dónde va todo esto. Hongos cubren troncos enteros, árboles crecen asfixiando a otros, raíces se sumergen bajo el suelo y resurgen metros más adelante, el canto de pájaros esquivos parece venir del bosque mismo, antenas se elevan tan alto cómo los árboles, la niebla desaparece el paisaje, sapos sucumben ante cambios de temperatura, disidentes encuentran refugio, troncos crean canales entre el cielo y el suelo. Infinitas relaciones de comunión y conflicto generan, destruyen y regeneran esta comunidad siempre mutante. ¿Acaso el bosque lo recordará todo? ¿El océano, la lava, el sapo dorado, los maleku? ¿Nosotres?
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Cuando invitamos a Mario a bailar en medio del bosque nuboso algo en su cuerpo sí parece reconocer su propia historia en la historia más grande de las cosas. Moviéndose a ritmos geológicos, Mario se confunde con las nubes, los árboles, el suelo. Por un momento, recuerda que es bosque. Algo similar le sucedía a Lucky cuando dibujaba árboles. Dice que sentada frente a ellos, contemplándolos por varias horas seguidas durante varios días, comenzaba a sentirse una con el árbol. Incluso nos contó que en una ocasión se encontraba sentada en el suelo del bosque nuboso realizando uno de sus dibujos, cuando un biólogo se acercó al árbol que dibujaba. Sin notar que ella estaba ahí, clavó una etiqueta en la corteza del árbol. Lucky asegura que ella lo sintió en su propia piel. ¿Dónde acaba realmente nuestra experiencia y empieza la del otre? ¿En qué momento una cosa se convierte en otra? ¿Podemos realmente separar los hilos de la maraña? Lo que se revela en las prácticas contemplativas de Mario y Lucky son los vínculos intrínsecos que nos atan al mundo. La experiencia—cualquier experiencia—es posible solo en plural, en compañía, en contacto, en comunidad. El mundo emerge de los intersticios, damos forma al mundo en cada relación.

Situarnos en un futuro profundo y desde la memoria del bosque es por supuesto un ejercicio imaginativo, pero quizás nos permite pensarnos desde una perspectiva más sensata. Una desde la cual somos simplemente cuerpos en relación a otros cuerpos, co-partícipes de una historia natural caótica e infinita. Desde esta perspectiva es más fácil apreciar que la evolución y la creatividad de la Tierra emergen continuamente de los intermedios, de las interacciones entre seres diversos que se encuentran en un tiempo y un territorio en común. Cuando el bosque nuboso nos recuerde, en sus escalas de tiempo generosas, y desde las infinitas relaciones que han escrito su historia, seremos parte de hilos narrativos complejos y plurales, de una historia multiespecie y profunda permeada por raíces, nubes, petroglifos y árboles que se caen. Por casas de madera, antenas gigantes, fotomontajes y restos de chatarra. Por sonidos de grillos, truenos, cantos cuáqueros y sintetizadores. Por fisuras volcánicas y piedras andesitas. Por cuerpos que bailan y manos que dibujan. Quizás entonces nos emocione movernos más lento, con más cuidado, con más atención. Contemplando la historia eterna y comunal en la que estamos participando.
NOTA: La investigación, entrevistas y producción de esta obra se llevaron a cabo como parte de la Residencia Artística del Hotel Belmar en Junio 2022.

CRÉDITOS

Videos, Fotografías y Texto
Alessandra Baltodano, Carolina Bello,
Diego Ezpeleta & Pablo Franceschi

Sonido
Diego Ezpeleta


Agradecimientos
Martha Palacio
Andrés Valverde
Randay Rojas
Deibys Vargas

Evelyn Leitón
Lucky Guindon
Arnoldo Rudín
Vera Zeledón
Mario Rivera
Hazel Guindon
Arelis Brenes
Sarah Dowell
Andres y Marvin

Familia Belmar
Finca Madre Tierra
Savia
Río Chante
Monteverde Friends School
Finca La Lindora
Instituto Monteverde
Centro Científico Tropical

2022. Monteverde Costa Rica

Publicado en Noviembre de 2022
Volumen 6 Número 1

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