NADA BRAHMA
Un ensayo sobre lo que el udu podria decirnos acerca de la sustancia de la vida.
Cierro los ojos. Respiro.
El aire atraviesa mi cuerpo
tras atravesar los cuerpos de las plantas, de las aves y de los cuerpos de las mujeres que están a mi alrededor.
Mi corazón se abre con el aroma del cacao mezclado con el de las rosas. Siento la vibración de las otras a mi lado que respiran en silencio,
mientras escucho a los bambúes crujir con el viento.
Una flor de loto se abre en nuestros úteros, sus largas raíces se topan abajo, en el centro de la Tierra.
Juntas, unidas por un lazo milenario,
comenzamos a recordar.
Aquel día en el que por primera vez me senté en ese círculo mi corazón sintió que ya había estado allí. Con cada respiración, yo recordaba. Pero para mi mente todo en esa experiencia era nuevo. Era como si mi cuerpo tuviera memoria propia, una memoria más antigua que mi propia existencia.
Recordar es también una experiencia sensorial. A través de todos los sentidos, nuestro impresionante cuerpo humano nos permite acceder a memorias que no necesariamente son procesadas en nuestro cerebro. De hecho, en la antigüedad, diversas culturas, entre ellas la romana, creían que la memoria estaba alojada en el corazón, de ahí que la palabra recordar, provenga del latin recordari, que se compone del prefijo re- (‘de nuevo’) y de cordari (‘corazón’).
Recordar es regresar al corazón.
Este recordar del que les hablo es reconocido entre los círculos de mujeres como la reconexión con el Sagrado Femenino (1), una especie de conciencia, de intuición, de memoria ancestral que ha sobrevivido al paso del tiempo, que transporta conocimientos olvidados y heridas pasadas, y que recordamos a través del cuerpo y el corazón. Es una memoria que permite reconectar con otras formas de percibirnos, de relacionarnos con otres humanes y con el resto del mundo vivo.
Ese Sagrado Femenino es quizá ese punto de encuentro en el que se unieron las raíces de aquellas flores de loto que se posaban en nuestros úteros mientras meditamos en colectivo. De ahí emergieron flores impecables y hermosas, desde aguas oscuras y profundas.
Mujeres completamente extrañas me rodean,
pero cuando hablan, me oigo a mi misma.
¿Será que nuestras aflicciones provienen del mismo lugar?
Me reconocí en las historias ajenas y al hacerlo algo se liberó en mi cuerpo. Porque las palabras también pueden ser medicina. Aunque nada de lo que escriba tenga sentido, cuando escribo en mi diario algo se libera con el solo acto corporal de tomar el lápiz y trazar las palabras que vienen desde mi cabeza y mi corazón. Quizá es esa memoria que quiere salir con desesperación, especialmente en tiempos donde hay muy pocos espacios para escuchar (nos) y donde el ritmo de vida es incompatible con crear relaciones profundas y atentas: “En el tiempo cronometrado no hay vínculos ni con nosotros ni con los otros” (2)
Desvinculadas somos más vulnerables. Eso lo sabe el sistema patriarcal y capitalista bajo el cual vive nuestra civilización. Unidas podemos convertirnos en una gran amenaza para ese sistema: juntas somos poderosas, porque cuando nos conectamos no lo hacemos solo entre nosotras, sino también con nuestras ancestras, unidas por esa memoria que siempre ha insistido en unirnos y que nos urge a conectarnos con el resto del mundo vivo. ¿Qué no es la ruptura de estos vínculos el verdadero origen de las crisis que enfrentamos hoy como civilización? A menudo olvidamos que dependemos de nuestras relaciones con otres seres humanos, que dependemos del tejido de vida que nos permite respirar.
Regresemos al círculo.
En el centro, un altar de rosas, una fogata inmensa,
una imponente catarata o la luz de la luna llena.
Y nosotras, nuestros cuerpos, con movimientos, cantos y rezos,
nos dejamos llevar por ese sentimiento que nos une,
sin juzgarnos. Juntas recordamos.
El centro es el orígen del círculo. Lo que le da equilibrio y sentido. Ningún círculo es posible sin un centro desde donde equidistan todos sus puntos. En este caso, en el centro estaba la naturaleza y esa sabiduría femenina que había resurgido desde el centro de la Tierra. Nosotras éramos la circunferencia que la contenía, al tiempo que ella nos contenía a nosotras. ¿Qué no es así cómo deberíamos relacionarnos con la vida? Poner en el centro lo que nos permite existir y organizarnos en un ciclo infinito, sin jerarquías, en igualdad, trabajando con una intención común: sostener ese centro y que él nos sostenga a nosotras.
Desde una perspectiva política, este tipo de experiencias espirituales nos dan acceso a otras posibilidades de re-pensar la forma en que nos organizamos y convivimos. No solo entre mujeres sino como seres humanos. Reconocer y reconectar con esa energía femenina y con la sabiduría de la Tierra es un acto feminista a la vez radical y sutil. “Una feminista es cualquier mujer que dice la verdad sobre su vida” decía Virgina Woolf (3), y existen tantas formas de expresar esa verdad…
En una sociedad donde las mujeres y la naturaleza somos oprimidas y violentadas de formas que en el fondo se asemejan, estas experiencias para escucharnos y recordar, son urgentes. Por eso algunas corrientes del ecofeminismo (4) insisten en que, para sanar a la Madre Tierra y devolver su magia al mundo, es necesario dejar de negar la dimensión sagrada de la naturaleza y volver a una ética del cuidado y a la búsqueda de una nueva espiritualidad no patriarcal. La inteligencia femenina podría guiarnos hacia ese cambio de paradigma.
Regresar al corazón. Recuperar la atención. Volver a ese sentimiento original que nos une es quizá el camino más poderoso para recobrar ese tiempo sin cronómetro; para sanar heridas ancestrales que arrastramos—y seguiremos arrastrando—si no hacemos una pausa. Detenernos a recordar es reconocer que lo sagrado está aquí abajo, en el centro del círculo que es la vida misma.
Respiro y abro los ojos.
El sonido de los pájaros me devuelve al presente.
De repente, todo es luz.
Los rostros que me rodean ahora no son extraños,
al mirarnos todas sonreímos.
Me doy cuenta que después de este viaje al centro de la Tierra
nunca más estaré sola.
"Al despertar de las represiones del patriarcado necesitamos reclamar el sagrado femenino tanto para nuestra espiritualidad individual como para el bienestar del planeta. Nuestra devastación ecológica apunta a una cultura que ha olvidado el carácter sagrado de la tierra y de la madre divina, así como ha negado la profunda comprensión femenina de la totalidad y la interconexión de toda la vida. Y nuestra vida individual, tan a menudo atrapada en las adicciones y hambrienta de significado real, tiene hambre de reconectar con el alma, que siempre ha tenido una cualidad femenina. Y vincular nuestro propio viaje y el del mundo es la antigua figura femenina del Alma del Mundo, el Anima Mundi, la presencia espiritual dentro de la creación."
-Llewellyn Vaughn Lee- (5)
Referencias
(1) Navarro Casillas, Ana. M. (2016): Análisis de la reflexividad de las comunidades ecosociales de mujeres como agentes de cambio cultural Tesis Doctoral, Universidad Autónoma de Aguascalientes.
(2) Segato, Rita. (2020) Sobre el tiempo y la presencia. Entrevista. https://www.youtube.com/watch?v=oAAz-CVL3I8.
(3) Citado en Rosalie D. Clarke (2017) Being an early career feminist academic: global perspectives, experiences, and challenges. International Feminist Journal of Politics.
(4) Fernández, O. (2010). Cuerpo, espacio y libertad en el ecofeminismo. Nómadas. Revista Crítica de Ciencias Sociales y Jurídicas.
(5) Vaughn Lee, Llewellyn. The Sacred Feminine Today https://www.huffpost.com/entry/international-womens-day_b_1327637