CUIDAR POR CUIDAR
Un ensayo etnográfico e imaginativo siguiendo los rastros del cuidado
En ese momento, Akah ya estaba inmerso en un profundo viaje de descubrimiento del verdadero propósito de la música. Ese viaje ha pasado por los ritmos de África Occidental, Afro-Cuba y la música ceremonial del sur de California. Poco a poco, los ritmos, los cantos y la percusión se convirtieron en una razón de vida para Akah. Se adentró profundamente en la espiritualidad de los ritmos: su propósito para mantener el equilibrio en la mente, el cuerpo y el espíritu, y en la conexión con la Naturaleza. Con el tiempo, empezó a entender la vida en términos de ritmos: el ritmo de plantar semillas, el ritmo de cosechar; el ritmo de dar a luz, el ritmo de convertirse en ancestro, el ritmo del canto para honrar las cuatro direcciones o para abrir el camino a los mayores.
La vida como vibración.
Es una enseñanza ancestral, esta idea de que todo es vibración. Para los tibetanos, el universo entero surgió del sonido primordial OM. En los textos védicos, fue AUM el sonido que dio origen a la creación. ‘En el principio era la palabra’, dice el evangelio según Juan y ‘Hágase’ fue la palabra con la que Dios conjuró todo hacia su existencia. Para los sufíes es Saute Surmad, el tono que colma el cosmos. La vibración y el ritmo también figuran entre los siete principios herméticos. Hoy la física cuántica afirma también que todo lo que podemos captar son vibraciones localizadas. Nada Brahma: todo es sonido, todo es vibración.
La perspectiva de tiempo profundo de la evolución insinúa lo mismo. En su exploración sobre la evolución del sonido, el biólogo David G. Haskell traza la capacidad de la vida de percibir vibraciones y producir sonidos comunicativos. Por tres mil millones de años, dice, la vida fue casi silenciosa. Existía solo el sonido de la piedra, el agua, los truenos y el viento, y los silenciosos trémulos de células en constante movimiento. Pero hace unos mil quinientos millones de años, la vida encontró la forma de percibir las vibraciones de la Tierra mediante la evolución del cilio. Fue el comienzo de la experiencia sensorial. A partir de entonces, todos los animales primitivos del océano y de la tierra pudieron detectar los movimientos vibratorios del agua y del suelo. Sin embargo, pasaría un tiempo antes de que la vida encontrara la forma de comunicarse a través del sonido e inundara la Tierra con su mágica diversidad sonora.
La evolución del sonido demuestra la inmensa creatividad de la vida. Los saltamontes emiten sonidos al deslizar sus patas sobre sus abdómenes texturizados, las polillas frotan sus alas y muchos otros insectos transmiten vibraciones a las hojas y ramas. Las chicharras tienen cámaras de resonancia que amplifican su sonido. Las aves desarrollaron un órgano único, la siringe, para cantar. Los reptiles sisean, los peces rasgan sus aletas, las ballenas cantan por todo el océano y la vibración de las cuerdas vocales da voz a los vertebrados a medida que el aire sale de sus pulmones. Asimismo, los mecanismos desarrollados para escuchar o percibir estas vibraciones son igual de complejos y diversos. Al leer a Haskell, da la impresión de que una de las tareas más importantes de la evolución ha sido desarrollar los medios para que los organismos experimenten las vibraciones de los demás y se comuniquen de vuelta para afirmar que “sí, te siento, percibo tu existencia”. Es casi como si la evolución estuviera profundamente preocupada por el reconocimiento mutuo de la vida, por nuestra responsabilidad, es decir, la habilidad de responder a los demás.
Se dice que para el pueblo igbo, los sonidos del udu durante las ceremonias corresponden a las voces de sus ancestros. Akah piensa que más que tratarse de la voz de antepasados concretos, es más bien que el sonido del udu está conectado a la voz del universo, y a lo que el universo vino a expresar a través de ese instrumento. Él piensa que con el udu, como con otros instrumentos ancestrales, tenemos la oportunidad de conectar con ese sonido original. Quizás Akah y Haskell están hablando de la misma cosa: esa herencia celular compartida, nuestra conexión ancestral con el sonido, la vibración primordial que es la vida.
De hecho, Akah no parece estar preocupado por lo esotérico. Más bien lo contrario. Su espiritualidad parece estar profundamente enraizada en la materialidad de la Tierra. Al describir el udu, Akah se apoya en sus cualidades sensoriales. Su forma como la de un vientre, la cualidad ‘asentante’ de sus sonidos bajos y cálidos, su apertura. Subraya la implicación de los cuatro elementos en su creación: la tierra del que está hecho, el fuego que le da la fuerza, el agua que originalmente cargaba, la vibración del aire que lo hace hablar. Enfatiza la importancia de estar con el instrumento, participar con el instrumento, convertirse en el instrumento. Entiende que la música surge de una relación corporal: cuerpos vibrantes que se tocan.
Desde el punto de vista de la física, el sonido es una vibración que viaja como una onda acústica a través de un medio de transmisión, tales como el aire o el agua. Desde el punto de vista de la psicología, el sonido es la percepción de esa onda que viaja por parte del cuerpo y el cerebro. De cualquier forma, quizás lo que es más importante es lo que está en medio: el entorno por el cual la onda viaja desde un cuerpo vibrante a otro. El sonido es la prueba más convincente de que todos los cuerpos—humanos y no humanos—pertenecen a la misma sustancia. A medida que la vida se ramificó en infinitos cuerpos y experiencias, se aseguró de que tuviéramos la posibilidad de percibirnos les unes a les otres a través de esa sustancia.
A menudo, el lenguaje le ha dado a los humanos ‘modernos’ la falsa sensación de que estamos por fuera y por encima de esa sustancia. Ciertamente, la compleja relación entre memoria, audición y habla que implica el lenguaje humano es una destacable hazaña de la evolución—aunque no exclusiva de los humanos. Pero cuando es visto como un rasgo de superioridad, el lenguaje puede dar la ilusión de que podemos apartar a la humanidad del resto de la naturaleza, que podemos abstraernos de la sustancia en que estamos inmersos e ignorar cualquier vibración que no se asemeje a nuestro propio lenguaje humano.
La música, sin embargo, rompe el hechizo.
Todos los instrumentos, pero más evidentemente los instrumentos artesanales, se derivan de una relación sensorial con el mundo físico. El udu emergió del intermedio entre las mujeres, el agua y la arcilla. Su cuerpo evoca a los tres cuando el aire y el tacto lo hacen vibrar. Y cuando esa vibración alcanza a un cuerpo humano, ese cuerpo es invitado a la imaginación de ser agua, arcilla, mujeres. La conciencia de ser tocades por la vibración de la materialidad a través de una sustancia común revela una conexión sagrada: todo lo que forma parte de la creación vibra con ella.
Akah parece saber esto muy bien. Él se refiere a los instrumentos ancestrales tales como el udu, como guardianes de la conciencia sagrada. Para él, la esencia de la existencia de la creación es que se origina en la vibración. Por ende, dice él, todo instrumento alguna vez creado por los humanos o por cualquier otra especie, de hecho, deriva de ese mismo origen. "Toca un instrumento sagrado—dice él—y estarás en sintonía con las diferentes formas de hablar de la creación: plantas, minerales, estrellas, seres planetarios y ancestres".
Es posible que las puertas que guardan estos instrumentos sean las de nuestra propia percepción corporal. Quizás la conciencia sagrada a la que instrumentos como el udu nos ofrecen acceso consiste en una profunda sintonía con los sentidos, en un regreso a nuestros cuerpos animales, que han evolucionado, precisamente, para percibir y conectar con el mundo vibrante más allá de los límites de nuestra piel. Al transformar materia en canto, los instrumentos nos recuerdan que estamos participando en un creativo llamado y respuesta con las infinitas formas de vibración del universo.
Akah lo hace sonar sencillo. Pero sus palabras y su udu apuntan hacia una profunda, pero olvidada sabiduría: todo es vibración. Desde el principio, el mundo ha estado en movimiento, la vibración ha sido su fuerza creativa. Y desde muy temprano, la vida evolucionó los mecanismos para sentir a la Tierra de la cual emergió. Cada forma que la vida ha originado tiene una manera de enviar pulsaciones y a la vez una manera de percibir las pulsaciones de otres. Un diverso, creativo y milagroso ensamble.
Pero ese ensamble ha ido disminuyendo rápidamente. ‘No escuchar nos ha arruinado’, dice Haskell. En nuestro mundo centrado en el ser humano, dominado por la cacofonía industrial, ha quedado muy poco espacio para las palpitaciones más sutiles del mundo más-que-humano. Nuestro monólogo antropocéntrico ha puesto en peligro las condiciones para que la vida entable conversaciones generativas y creativas. Al hacerlo, hemos privado a nuestros cuerpos y espíritus de la más primordial de las conexiones: el tacto de la vida. ¿Cómo sanamos esta herida?
Quizás la música tenga una respuesta. Al menos, vale la pena preguntarse cuál fue el propósito de la evolución con la música. Después de todo, a lo largo de milenios, la música ha elevado nuestros cuerpos y espíritus humanos aun en las condiciones más sombrías. Generación tras generación, la música ha evocado en la humanidad un sentido de reverencia por algo que no es totalmente aprehensible, pero que se siente intensamente en el cuerpo. ¿Sería disparatado pensar que los instrumentos emergieron como mediadores entre los humanos y los mundos vibrantes en que estamos inmerses? ¿Que quizás son el recordatorio de nuestros ancestros de que podemos—literalmente—mover y ser movidos por todas las creaciones de la Tierra?
En los ritmos del udu y otros instrumentos de percusión, Akah ha encontrado santuario y propósito. Quizás sea porque el udu, y otros instrumentos, restauran nuestra participación en el animismo del mundo. Y de vuelta en ese círculo, nuestra propia vida encuentra sentido como una fuerza vibrante, creativa y colaborativa en sí misma. Al nutrir nuestra atención sensorial, los instrumentos como el udu nos permiten percibir al llamado ancestral del mundo tratando de encontrarnos; y al vibrar con nuestro tacto, nos permiten responder de vuelta al mundo, diciendo: ‘sí, te siento, percibo tu existencia.’
Referencia bibliográfica:
Haskell, David G. (2022) Sounds Wild and Broken. Viking press, New York.