En este relato etnográfico sobre la tradición oral y las creencias alrededor del gran Lago Atitlán, les autores reflexionan sobre la espiritualidad y justicia ambiental en una comunidad tz’ujutil en Guatemala.
Empezó a hablar sobre el lago y la conexión que existe con los sueños: mencionó que “La Abuela” se comunica por medio de los sueños con ciertas personas del pueblo. Manuel Chavajay es un artista contemporáneo tz’utujil, su trabajo se basa en su cultura y la relación con el agua, y por ende con el majestuoso Lago Atitlán. Durante sus investigaciones, conoció a una señora del pueblo que había tenido una experiencia de conexión con el lago. Ella tuvo un sueño en el cual se dirige al lago para lavar ropa. Mientras lava percibe a un ser y al mirar al horizonte ve a una mujer que se encuentra en una cúspide de las muchas montañas que rodean el gran Lago Atitlán. Esta mujer no se deja ver el rostro y en ese momento la señora que sueña se empieza a sentir muy mal. Este sentimiento se transfiere al entorno del sueño: una espiral de pájaros vuela sobre la mujer en la montaña, como cuando un animal agoniza y las aves esperan su muerte para devorarlo.
La señora entró en coma por unos días después de este sueño, pero finalmente fue traída de vuelta por un curandero tz’utujil. Manuel explica que en la tradición tz’utujil existen personas especiales, que se podría decir que poseen “una sensibilidad” y su papel en la comunidad se ve definido por esta sensibilidad. Hay personas que tienen el don de curar a otros, hay personas que saben contar historias —como Manuel, a quien llaman “ajq’ijab” que significa contador del tiempo. En el caso de la señora que tuvo el sueño, ella tiene el don de ser la que recibe los mensajes de “La Abuela”.
San Pedro La Laguna es un pequeño pueblo en las orillas del Lago Atitlán, está localizado a unas cinco horas de Ciudad de Guatemala, hay que llegar al Puerto Panajachel y de allí tomar un bote. El pueblo es colorido y es casa de la cultura tz’utujil, pueblo de descendencia maya que ha habitado este lugar desde antes de la llegada del hombre blanco a estos rincones del mundo. En este pueblo fue donde durante una semana completa, en el marco del encuentro 20 Fotógrafos Atitlán, desarrollé, junto con dos compañeras fotógrafas, Morena Pérez (Guatemala) y Charlotte Schmitz (Alemania) un ejercicio etnográfico sobre la relación del Lago con los sueños en la cultura tz’utujil.
Salimos a caminar con otros aires después de ese primer encuentro con Manuel, él nos había sembrado esa semilla de curiosidad que nos llevó a preguntarle a mujeres tz’utujiles en San Pedro La Laguna específicamente, sobre su relación con “La Abuela”. Había algo muy claro en el sueño descrito por nuestro nuevo amigo y era que ambos personajes, tanto quien tuvo el sueño como el personaje principal, eran mujeres.
Conocimos y retratamos a muchas mujeres a lo largo de esos días en San Pedro la Laguna. Durante nuestras conversaciones con ellas nos dimos cuenta que muchas personas eran conscientes de la problemática de tener un lago contaminado. Como Isabel González, que melancólica nos decía que “el lago es uno de los escenarios más felices de su infancia”, mientras su mirada expresaba que ya ese lago no era el mismo de aquellos tiempos. De alguna manera todas las entrevistadas nos manifestaron que era el deber de la comunidad cuidar del lago. Isabel Cruz nos dijo con orgullo que “es una bendición tener el lago más hermoso”, ella es una de las que trabaja en un negocio de restaurante y cabinas enfrente del lago.
Una de las preguntas que hacíamos a las mujeres era si existía un vínculo espiritual con el lago y, para nuestra sorpresa, no todas las mujeres entrevistadas aceptaron al lago como un ente independiente que vive y se comunica a través de sueños. Recuerdo el comentario seco y tajante de Isabel González quien dijo no creer en eso, que “el lago era solo un lago”, que no tenía poderes propios. Esta respuesta la comentamos en grupo eventualmente, nos parecía algo raro, especialmente a Morena y a mí, quizá porque rompía el estereotipo romántico del aborigen que respeta a la naturaleza y la entiende. Pero esa respuesta de Isabel tenía mucho sentido en el contexto actual de San Pedro La Laguna. En una vuelta corta por el pueblo uno se puede dar cuenta de la gran influencia del protestantismo y otras religiones en la comunidad, y esto de alguna manera ha modificado aquella percepción tradicional que se tenía del lago. Hay iglesias cristianas literalmente en cada esquina y según Don Salvador, este tipo de neo-colonización empezó desde hace décadas.
Don Salvador es una figura muy importante en la comunidad de San Pedro La Laguna y de Atitlán en general, él es la persona que nos dió la bienvenida al pueblo durante la ceremonia de inauguración de 20 Fotógrafos. Manuel nos indicó que él podría darnos un panorama más amplio sobre la problemática ambiental y política del lago. Aunque algunas personas le llaman alcalde, estrictamente no lo es, pero la gente acude a él cuando hay conflictos, dudas o necesidad de un buen consejo.
Nos recibió en su casa, en su vestimenta tradicional, compuesta de un pantalón, una camisa y una faja, todas hechas a mano y con múltiples colores que complejizan la simpleza de los elementos. Nos invitó a sentarnos en un cuarto en el que había un altar grande con figuras del catolicismo—después nos enteramos que había sido monaguillo de niño y que además había sido la mano derecha de varios curas de la comunidad a lo largo de su vida. Don Salvador es una persona que le gusta poner contexto a toda respuesta, por lo que nuestra conversación se devolvió muchos años atrás.
Recordó cómo en los 50’s la comunidad se abastecía de las aguas del lago y que fue hasta los inicios de los 60’s que se dejó de hacer. Habló de la desaparición del “pato poc” (Podilymbus gigas), un ave endémica del área exterminada por la introducción al lago de la lobina negra (Micropterus salmoides), una especie de pez que se alimentaba de los pichones del pato. En esa misma década el Fomento Económico Indígena (FEI) trajo por primera vez los agroquímicos, principalmente para las plantaciones de café en las laderas de las montañas alrededor del lago. Hoy día el fósforo, producto de estos agroquímicos, es uno de los principales contaminantes del lago. Finalmente Don Salvador contó con ironía como la construcción de drenajes para las aguas negras es el principal daño a la salud del lago, ya que convirtió a los ríos y al lago en el tanque séptico de las comunidades.
Don Salvador habló sobre como antes se solía pedir permiso para ingresar, lavar, bañarse, o hacer cualquier cosa en el lago. Se hacía una reverencia y se ingresaba al lago. Igualmente si había que cortar un árbol, primero se pedía permiso y nunca se desperdiciaba la madera. Aquellos que no pedían permiso, tarde o temprano, eran castigados por la misma Madre Tierra, quien según él, “los perdía en la montaña” por un rato. Aunque conocimos personas como Isabel González que no sentían un vínculo espiritual con el lago, conocimos también a muchas otras que afirmaban que, tanto en el pasado tz’utujil como hoy en día, existía una tradición por respetar y tratar al lago como un ser viviente con identidad propia. Manuel además nos había contado que hacía unos años atrás, cuando ocurrió el brote de la cianobacteria en el lago generado por la contaminación de agroquímicos, los testimonios de personas soñando con “La Abuela” se dispararon.
Ante los daños ambientales que afectan a las comunidades y la neo-colonización propulsada por el Estado Guatemalteco, existen grupos organizados de pueblos originarios alrededor del lago—de los cuales Don Salvador es líder y representante— quienes siguen tratando de defender a “La Abuela”. Actualmente están esperando una respuesta por parte de las autoridades, las cuales siguiendo una lógica neo-liberal agresiva, están tratando de imponer el proyecto del Mega Recolector sin haber consultado a los pueblos originarios, quienes han convivido con el Lago desde antes de la colonia. Un proyecto además propuesto por grupos que no son de la comunidad. Según Manuel y Don Salvador, son los gobernantes, empresarios, y dueños de los “chalets” que se encuentran esparcidos en la orilla del Lago Atitlán quienes buscan la aprobación de este proyecto con ansias. La iniciativa consiste en construir una mega-tubería que abarque toda la orilla del Lago Atitlán para recolectar las aguas negras de las comunidades y depositarlas en una o varias plantas de tratamiento. En principio suena como una buena idea, pero existe mucha incertidumbre por parte de Don Salvador y Manuel. Y al no tomar en cuenta la opinión de las personas que viven en estas áreas se eleva la desconfianza histórica que los mismos dirigentes han construido a lo largo del tiempo. La resistencia se fundamenta en preocupaciones muy básicas que no tienen respuesta aún. Una de ellas por ejemplo es, al estar la tubería bajo el agua ¿Qué pasa si un terremoto genera una fuga en esta tubería? ¿Tiene el gobierno de Guatemala la tecnología y recursos para hacerle frente a una catástrofe ambiental de este tipo? Las respuestas aún no llegan.
Cuando le preguntamos a Don Salvador si las religiones y las creencias tenían que ver con el cuido o descuido del lago, nos contestó que el principal enemigo del lago es el sistema mercantilista neoliberal en el que vivimos, que le da una etiqueta de “recurso capital” y no de “ser vivo” al mismo. Mencionó que no podemos ser extremadamente “espirituales” y estar esperando que las cosas caigan del cielo, no podemos enfocar nuestra mirada hacia arriba, mientras a nuestro alrededor todo se está cayendo. En la comunidad ya se están tomando medidas concretas en pro de la recuperación de la salud del lago, como por ejemplo la prohibición del plástico en todo el pueblo (existen multas para aquellas personas que no acaten la medida). Y es que el vínculo de esta comunidad con el lago es inherente. Éste es un ente presente en cada amanecer y atardecer. Su origen volcánico—bien documentado en el museo de la comunidad— es prueba de su esencia milenaria, y lo hace un atractivo turístico que da muchas divisas a las comunidades. Quizá si no es la percepción espiritual la que valide su protección, será la percepción económica la que acuda a su defensa.
Al comienzo del ejercicio etnográfico, nos dimos cuenta, a través de Manuel, que la tradición oral para la cultura tz’utujil es la manera esencial de perpetuar su cosmovisión, su idioma y sus historias a través del tiempo; y nuestro encuentro con Don Salvador lo confirmaba. Aunque las figuras católicas que ocupaban la mayor cantidad del espacio donde conversábamos con Don Salvador me causaron un sentimiento de extrañeza, nuestro anfitrión es leal a sus raíces culturales y está orgulloso de defenderlas. Él no completó la educación secundaria occidental, sin embargo, es poseedor de una gran sabiduría que adquirió gracias a su curiosidad y habilidad de escuchar a los ancianos de su comunidad cuando era “un patojo”. Hoy es un guardián de ese legado tz’utujil y de San Pedro La Laguna.
Conversando con las mujeres que retratamos notamos que aunque hablaban la lengua tz’utujil, solo una minoría sabía escribirlo. El día que entré al museo conocí a Andrea y a Lola, ambas mujeres tzutujil. Ellas se encargan de recibir a los visitantes y hacer los tours, que muestran desde la geografía del lugar hasta los aspectos culturales mayas de San Pedro La Laguna. Recuerdo que les pedí hacerles una foto y me citaron al día siguiente ya que querían mostrar su vestido típico más bello. Al día siguiente tomé los retratos y les pedí, como lo habíamos venido haciendo, que escribieran cada una en un pequeño párrafo algo que quisieran decirle al lago. Para mi agradable sorpresa Andrea sabía escribir en tz’utujil:
“Qa tee ya’ maxko nat nb’isooj rumaal chi magonojeel ta noq chajini ja na sipaj chi qe, maltioox ja qa k’aslemaal na ya’ rumaal chi jarayaa’ xuk’uk’eem nuya’ pa qa k’uux.”
“Madre Lago me siento muy triste por tí porque no todos cuidamos lo que nos regalas, gracias por la vida que nos dás porque a través del agua refrescas nuestro ser.”
Andrea Cortéz
La ingenua emoción de haber conseguido un texto escrito por una mujer tzutujil, en su idioma—que para mí tomaba dimensiones arqueológicas—fue poco a poco desvaneciéndose conforme leía la tristeza manifiesta en el texto de Andrea.
Nos agrupábamos o íbamos soles, pero para nosotres era importante conocer el lago, entonces nos propusimos bañarnos en él todos los días. Muy por dentro era una manera de pedir permiso para hablar sobre ella: “La Abuela”. Era una acción poética para conocernos. Mientras me bañaba en el lago, la imagen de esa mujer ocultando su rostro, muriendo sola y despacio, estaba muy presente en mi. Sentimientos de enojo, de tristeza y de esperanza trazaban mi cuerpo mientras flotaba en las aguas, y a la vez me preguntaba, ¿quién soy yo para ella? ¿soy parte del problema, soy invasor o amigo? Sentía que estaba ingresando a su territorio y, rodeado de esas altas cumbres que formaron a este majestuoso ser, no me sentí rechazado. Sus aguas me revitalizaron constantemente. Hoy me pregunto cómo eran esos sueños antes de la contaminación del lago, me pregunto si alguien que aún vive miró su rostro, y si lo vio, me pregunto si lo puede poner en palabras o solo imágenes. ¿Alguien volverá a ver su rostro algún día? Si llega ese momento, tal vez sea una oportunidad para reconectar con el lago y, en este nuevo contexto socio-cultural en el que vivimos, re-inventar nuestra relación a una más justa y profunda.
Inspiradas en los testimonios de las diferentes personas que conocimos decidimos, a través de imágenes y textos, hacer un tributo a “La Abuela” y la tradición oral tz’utujil, plasmando todo en un fotolibro que titulamos QA TEE Y A’, en español “Nuestra Madre Agua”. Con el fin de sacar esas imágenes del espacio virtual/mental, en donde pueden quedarse atrapadas, las hicimos parte de una “biblioteca física”. Al final el fotolibro fué donado al Museo de San Pedro La Laguna con la intención de humildemente aportar, desde nuestra posición, al imaginario de la cultura tz’utujil en San Pedro La Laguna.