En un pequeño país, entre montañas que se elevan a más de 1500 metros, habitan herederos del café que custodian y cultivan, entre sus propias manos, este fruto venerable. La historia del café en Costa Rica corre paralela a la independencia y devenir de esta nación y es sin duda uno de los aspectos que la colocó en el mapa. Los caficultores cargan, además de quintales, con el linaje y la historia de miles de familias que junto con la tierra fértil forjaron la economía de nuestro país.
Hoy en día, el 20% del territorio del país está dedicado al cultivo del café y el mismo continúa siendo un contribuidor importante al PIB. Los terrenos dedicados al cultivo están repartidos entre más de 52 000 agricultores que se organizan, principalmente, en cooperativas. Las cooperativas mantienen un fuerte vínculo entre el productor y el beneficio, una alianza que ha generado, para ambas partes, muchas ventajas.
Sin embargo, conforme Costa Rica ha posicionado su café como uno de los mejores en el mundo a través de la historia, la estructura económica de este cultivo ha comenzado a cambiar. Muchos herederos de esta labor han comenzado a apostarle a la calidad en lugar de a la cantidad creando micro-beneficios. En ellos, padres, madres y hermanos se reparten los roles para hacerse cargo del proceso completo del café; manteniendo a la familia unida a lo largo de los repetitivos ciclos de siembra, cosecha, procesamiento, secado y exportación. Actualmente, existen alrededor de 256 de estos beneficios familiares, casi el triple de los que había hace 10 años. 256 familias que pasan entre ellas, cuál secreto sagrado, los conocimientos para la producción.
Son héroes cotidianos que se enfrentan diariamente a muchos y variados adversarios, pero aun así logran levantar cabeza ante ellos. En medio del ruido de una industria gigante, ellos siguen labrando en su pequeño núcleo familiar, donde los hijos toman constantemente la valiente decisión de quedarse cerca de su tierra.
Bajo un clima errático e impredecible que hoy no da cuentas de las cosechas, las economías globales, el libre mercado y la inestabilidad del precio, ellos mantienen sus manos unidas entre raíces.
Estas familias productoras caracterizan el sector cafetalero de nuestro país, que aún descansa mayoritariamente sobre los hombros de esta herencia familiar. En el mismo lugar donde sus abuelos y sus padres han sembrado y cultivado, hoy una generación de jóvenes emprendedores asumen el reto de continuar perfeccionando el sabor de su grano y de diferenciarse a nivel mundial. Estos jóvenes tienen certeza absoluta de dónde vienen y adonde pertenecen porque, como las plantas, sus raíces se han arraigado a través del tiempo.
Ante una realidad económica y ambiental que presenta cada vez más retos y obstáculos es de vital importancia volver a esas raíces. Recordar que somos un país que depende de su tierra volcánica fértil y del conocimiento heredado de generación en generación. Los jóvenes que hoy heredan este amor por la tierra y el café luchan con su trabajo contra el olvido de nuestra historia y continúan incesantes la misión de mantener a nuestro fruto rojo como el mejor del mundo.
Ellos son hijos del café, criados entre cafetales. Ahora sus hijos no solo crecerán entre almácigos y cultivos, sino también entre patios de secado y chancadoras; y algunos hasta en laboratorios de tueste. Su trabajo diario y discreto, emprendedor y dedicado, recuerda los inicios de una nación que brotó cercana a la tierra. Que emergió gracias al fruto rojo que cautivó al mundo y que tenía espacio para que hasta los más pequeños productores escalaran a la cima. Hoy en estas familias se siente el linaje entre sus uñas que cultivan el cariño por la tierra al tiempo del café. Sin duda, en Costa Rica, quien nace del café, tarde o temprano, vuelve a casa.