En este ensayo, Carolina y Juan Carlos nos llevan a visitar una comunidad sostenible en el sur de Costa Rica, donde un grupo de mujeres lidera una pequeña utopía basada en la solidaridad y una genuina alianza con la tierra
En épocas donde los procesos globalizadores dejan poco espacio para que las comunidades puedan desarrollarse de forma autónoma y justa, aún se encuentran joyas perdidas entre el barullo de las sociedades modernas.
Biolley tiene una extensión de 208,34 km cuadrados, de los cuales el 45% colindan con el Parque Internacional La Amistad -Patrimonio de la Humanidad y Reserva de la Biosfera Mundial. Desde ahí, el distrito de Biolley se nos presenta como una comunidad repleta de particularidades: desde una heladería en forma de hongo hasta un “buenos días” no forzado: todo forma parte de un lugar que nos recibe con aires de solidaridad. Sus casi 3500 habitantes desarrollan un modo de vida pausado entre calles de lastre. Su día a día se caracteriza por labores que inician desde temprano para aprovechar al máximo la luz solar y las horas sin lluvia. En sus casas, alejadas una de la otra, los huertos de hortalizas, vegetales y plantas medicinales resguardan cada patio y jardín.
Un día en Biolley significa salir de lo cotidiano y desintoxicarse del sistema. Su dinámica como comunidad ha dado pie a múltiples iniciativas de organización, en las cuales preside la economía solidaria gestada localmente, desde el esfuerzo y la colectividad. Aquí, hablar de proyectos autosustentados se ha convertido en la tónica cotidiana. Un desarrollo local y sostenible se ha establecido como norte: atrás quedó el monocultivo cafetalero que predominaba en la zona y hoy, la diversificación de la economía es el camino para asegurar un futuro más alentador a las nuevas generaciones. En los últimos 30 años, la artesanía, la agricultura orgánica y el turismo rural se han gestado como nuevos espacios de desarrollo económico en la comunidad, siendo el turismo rural el principal motor de este nuevo cambio que les ha permitido colocarse en la palestra del turismo nacional e internacional. Sin embargo, el tipo de turismo desarrollado en la zona dista mucho del grueso practicado en el país: aquí el turista no solamente consume, sino que también aprende, comparte y experimenta la vida diaria de la comunidad y su naturaleza.
Por su lejanía, Biolley sigue siendo un lugar poco conocido, sin embargo, ha marcado la diferencia entre las comunidades rurales de Costa Rica. Los esfuerzos de líderes comunales, en su mayoría mujeres, mantienen a la comunidad en resistencia al colonialismo económico patriarcal y al turismo invasivo. Iniciativas locales como ASOPROLA (Asociación de Productores Orgánicos La Amistad), ASOMOAS (Asociación de Mujeres Organizadas de Sábalo) y ASOMOBI (Asociación de Mujeres Organizadas de Biolley), todas lideradas por mujeres, ofrecen alternativas de desarrollo social, ambiental y económico a la comunidad. Mermando así la migración forzada a los cascos urbanos, tan usual en la mayoría de comunidades rurales del país.
Aquí la convivencia armónica con la naturaleza parece ser algo que ya tienen interiorizado, su día a día demuestra que modelos sustentables son posibles. Su desarrollo se proyecta por otros rumbos, y más allá de centrarse en una línea antropocentrista, da espacio al balance. La naturaleza es vista como proveedora y no como recurso, lo cual ha moldeado la cosmovisión de esta sociedad.
En medio de una nación que insiste con soñar con un primer mundo que usurpa de forma sistemática tierras y modos de vida, Biolley es todo un ejemplo de comunidad sostenible, donde la mujer es figura de autoridad y de inspiración.
Biolley evidencia la importancia de vivir en comunidad y de aspirar como grupo social a un bienestar para todos. En épocas donde los recursos escasean y el afán del individualismo predomina, comunidades como estas son víctimas comunes de la voracidad de la modernidad. Sin embargo, la genuina necesidad de organizarse como colectivo, provee de nuevas herramientas creativas para generar espacios de empatía, dando pie a una dinámica comunitaria que tanto anhelamos desde las ciudades, pero tan poco comprendemos.