El ojo, una esfera acuosa expuesta, semi-desnuda, deja pasar la luz dentro de las oscuridades de nuestra biología. Proyecta la luz en la retina, generando impulsos eléctricos que estimulan diferentes partes de nuestro cerebro. Así, con los primeros rayos de luz que lo atraviesan, nace la vista. Desde ese momento, los ojos casi nunca están estacionarios, siempre en constante movimiento, barren de un lado al otro el campo visual haciendo una especie de scan general de lo que se está viendo. La fijación solo existe por unas milésimas de segundos, y luego movemos la vista, saltando de un punto de atención al otro, una y otra vez, repetidamente. Cuando con la vista encontramos un par de ojos, inconscientemente les prestamos nuestra mayor atención, casi como si fueran imanes o miel y nosotros abejas. Aún así, cuando nos topamos inesperadamente con los ojos de un desconocido a menudo bajamos la vista. Si inconscientemente los ojos del otro nos atraen tanto, ¿por qué resultan tan conscientemente intimidantes? De esto es responsable La Mirada.
La vista no es lo mismo que La Mirada, ella se instala mucho más tarde en nuestro imaginario. Despacio, sin pedir permiso se hace de nosotros por completo, grabándose en lo más profundo. La Mirada es una idea, de esas empalagosas. Es la idea que se tiene de “su mirada”, esa que es del otro y que este ejerce sobre uno. Es lo que yo me imagino que el otro ve en mi; es la ilusoria suposición del juicio que el otro puede ejercer al verme. Así que cuando nos miramos a los ojos, ambos quedamos expuestos. Tanta exposición resulta insoportable; parece más fácil evadir, que mirar sostenidamente. La fuerza tenaz que se esconde detrás de La Mirada, reside en que no es como aparenta: no es un elemento externo que se ejerce sobre nosotros y tampoco es una fuerza que nosotros ejercemos sobre el entorno. La Mirada existe exclusivamente dentro de cada uno y se ejerce exclusivamente desde allí, sin tregua. Sin querer, cada vez que con nuestros ojos abiertos nos miramos somos la excusa perfecta para alimentar la ilusión del otro y la nuestra; haciendo un poco más invencible La Mirada, y haciendonos más ciegos, más dormidos.
La Mirada no es lo mismo que “mi mirada”. “Mi mirada” es otra cosa. Para empezar no es una sola. Ella se conforma a la vez por como me veo a mi misma y como veo a la otredad. Aquí el veo y el percibo se mezclan. Hay tantas “mi miradas” como habemos seres. Todas pueden prevalecer más allá del tiempo y ser detonantes de ideas, solo basta plasmarlas, enseñarlas, aprenderlas, escucharlas, verlas, – las destruye solo el olvido. La Mirada es el agente que censura “mi mirada”, ese es su gran poder, y no lo sospechamos. Su voz resuena en cada uno tan duro, que desde adentro su influencia ordena el mundo y termina por confundir lo que soy y como me veo. Se revela temible aquella cosa de apariencia simple: La Mirada es un agente de control. Urge subvertirlo.
Hoy es el día después del fin del mundo. Ayer nos preguntaron si queríamos la pastilla azul o la roja, y ya escogimos. Ninguno de los cimientos sobre los cuales hemos construido es inamovible. Ahora más que nunca resulta preciso desmantelar el orden establecido que opera dentro de nosotros mismos. Así que para subvertir hay que subvertirse a sí mismo. Es por esto que a los 32 años vine a retomar una vieja moda de infancia: preguntar. Solo que esta vez me pregunto a mí misma. Desde entonces, he estado encontrándome de frente con una paradoja producto de la naturaleza esquiva de la mente: a ella no le gusta que la muevan de su zona de confort, entonces, en el juego del cuestionar, a menudo, la pregunta fundamental es esa que se le escapa.
Para liberar “mi mirada” debo desenmascarar los efectos que La Mirada ha causado en mi. Es en ese punto donde convergen La Mujer y La Mirada, y las palabras de John Berger resuenan con potencia (Modos de Ver,1972):
“Una mujer debe observarse continuamente a sí misma. Ella está, casi que constantemente acompañada de la imagen de sí misma. Mientras camina por una habitación o mientras llora por la muerte de su padre, con dificultad puede evitar concebirse caminando o llorando. Desde la más tierna infancia a ella se le ha enseñado y se le ha persuadido que debe vigilarse a ella misma continuamente. Y entonces llega a considerar al vigilante y al vigilado que operan dentro de ella como los dos elementos constituyentes pero siempre distintos de su identidad como mujer. Ella tiene que monitorear todo lo que ella es y todo lo que ella hace porque la forma en ella aparezca ante los hombres, es de crucial importancia para lo que normalmente se considera el éxito de su vida. Su propia sensación de ser sí misma es suplantada por una sensación de ser apreciada como ella misma por otro…
Uno podría simplificar esto diciendo: los hombres actúan y las mujeres aparecen. Los hombres miran a las mujeres. Las mujeres se miran a ellas mismas siendo observadas. Esto determina no solo la mayoría de las relaciones entre hombres y mujeres, sino también la relación de las mujeres consigo mismas. El vigilante de la mujer dentro de ella es masculino: el vigilado es femenino. Por lo tanto, ella se convierte en un objeto, y más particularmente, en un objeto de la visita: una visión”.
Cuando pienso a propósito de las mujeres me pienso a mi también.
Hoy, en el día después del fin del mundo, descubro que la pregunta no es ¿Qué se revela con cada Imagen? sino ¿Qué se esconde detrás de la cámara: un ojo vigilante o uno que subvierte?