El mar: donde las personas van cuando se han ido, donde está el mundo de los espíritus. Empezamos en la orilla, sobre las olas, sitio de la primera historia: la de la vida, la de la muerte. Vamos subiendo por la costa del noroeste estadounidense hacia el interior de dos personas, Jordan Mercier y Sweetwater Sahme, en una travesía espiritual inspirada en los mitos de la nación Chinook a la que pertenecen. Conforme va relatando el mito relacionado con el origen de la muerte, profundizamos en nuestros personajes, que hablan de sus propios ciclos de morir y renacer, de reencontrarse con el mundo espiritual.
maɬni – towards the ocean, towards the shore (2020) es el primer largometraje de Sky Hopinka, cineasta Ho-Chunk que ha ido labrando cortometrajes en un estilo muy personal, poético, preocupado por el lenguaje y la memoria, arraigado en las vivencias de su comunidad. La película, presentada en el Berwick Film and Media Arts Festival, es una conversación con dos personajes que atraviesan momentos de transición en sus vidas; es una reflexión sobre la muerte, la vida y sus ciclos, contada casi toda en el idioma Chinuk Wawa.
“¿Adónde vamos ahora?”, se pregunta la voz del cineasta al inicio, en la marcha hacia el mar. Veremos distintos acercamientos de Jordan y Sweetwater a su herencia y su memoria íntima, a través de lo que cuentan a Hopinka distendidamente. Jordan le habla de su pelo largo trenzado, y de cómo lo hace sentirse más conectado con su cultura, con claridad sobre quién es su gente. Sweetwater, quien espera un bebé, le cuenta que planea dar a luz en la habitación donde murió su abuela, de esas personas que se pueden ver “aunque hayan cruzado al mundo de los espíritus”.
En medio flotamos nosotros, espectadores de una transformación espiritual hecha de imágenes. El filme atrae atención hacia sí mismo y al carácter artesanal de su producción (Hopinka graba, dirige y edita), como invitándonos al escenario de su realización. Conversamos con los personajes al mismo tiempo que Hopinka, por así decirlo, aunque no penetramos por completo en el rico entramado lingüístico del Chinuk Wawa, que aparece en los subtítulos cuando los personajes hablan inglés. Si esta es una historia de cómo perviven los mitos en las vidas de sus personajes, también es una celebración de la lengua, un festejo de sus posibilidades y su propia existencia.
Asistimos a otros festejos también: encuentros entre personas nativas americanas que se reúnen para conmemorar lo propio. Flotamos entre ellos con la cámara, que navega por el presente en busca de las señas del pasado. Atento a la resonancia espiritual de su trabajo, Hopinka le permite respirar a las dudas, creencias y convicciones de sus personajes, que nos envuelven en su cálida consideración del mundo actual. Creemos, con Sweetwater, en la supervisión de su abuela del futuro parto; creemos en la renovación que le provee la cascada bajo la que se sumerge.
En una entrevista con Kinoscope, Hopinka se pregunta cómo representar la historia profunda en un ambiente contemporáneo, como guía para navegar el presente. “Entender cómo tú y tus antepasados existieron en este paisaje forma quien eres hoy. Es una fuente de poder y conocimiento resistente a políticas asimilacionistas, o a políticas de racismo y genocidio, que ocurrieron en este país a lo largo de los últimos 150 años”, dice el cineasta.
La vida entrelazada con la muerte; el final con la continuidad. Hopinka explora, en las extendidas conversaciones de sus sujetos, estos puntos intermedios donde una vida se transforma en su opuesto, creciendo en él. Momentos de vivencia comunitaria advierten de una visión de mundo compartida, deseada. Espacios de intimidad, en casa de Sweetwater, hablan de lo inconfesable, de las vidas de las que nos desprendemos en nuestro proceso vital, con dolor, con tristeza.
Al finalizar, la película vuelve a la orilla, al umbral entre lo luminoso y lo oscuro, entre un mundo y otro. Lo hemos atravesado de la mano de alguien que sabe mirar en los intersticios, en las grietas, y encuentra allí ternura, cambio, vida.